EADLYN
Una hora y media, fin del examen. Solté un gran bufido y me levante para poder entregarlo. Mis manos dolían, pues tenía la mala costumbre de calcar mucho el bolígrafo al escribir, es por ello que evito usar tintas líquidas, ya que probablemente transparentaría las tres hojas siguientes.
Con un suspiro dejé la hoja encima del escritorio del señor Lebarde. Un examen menos, y es que el primer cuatrimestre estaba a punto de acabar y pronto llegarían las deseadas vaciones, bueno, a no ser que debas ir a recuperación, que en ese caso de vacaciones, tiene poco.
Acomodo las tiras de mi bolso sobre mi hombro para que me molesten lo mínimo posible y salgo del aula cerrando la puerta detrás de mi.
De repente sentí un cuerpo caliente detrás del mío;
—Eadlyn.
Sus brazos me rodeaban dándome un fuerte abrazo por la espalda. Sentí su aliento caliente golpear mi cuello.
—Lo siento.
Se me puso la piel de gallina.
Observo a mi alrededor y solo puedo apreciar los pasillos desérticos. Maldigo en mi interior su osadía y su poca madurez e irresponsabilidad, pero no me da tiempo a reprocharle.
—Pensé que no hablarte sería la solución, pero es al contrario —dijo en un susurro—. Estaba jodidamente equivocado evitándote. Me he comportado como un crío, en vez de actuar como el adulto que me considero y os dejo ver. Simplemente he conseguido alejarte más de mi, después de estas semanas me he dado cuenta que es lo último que quiero. Quiero que estés cerca de mi siempre.
Hacia tanto tiempo que no me tocaba, que no sabía como reaccionar.
—Háblame por favor —suplicó—. Necesito escuchar tu voz.
—Rayan...
Se colocó delante de mi y apresó mi rostro con sus manos, marcando un recorrido de caricias con su dedo índice por mis mejillas. Me tocaba como si fuese de cristal, como si en cualquier momento pudiese romperme y eso le aterraba.
Rozó mis labios y soltó un suspiro de angustia, convirtiéndolo en una sonrisa tímida. Juntó nuestras frentes, clavando sus ojos esmeraldosos en los míos, y no pude evitar perderme en la belleza y sensualidad de su piel, que emanaba por cada poro.
—Señor Zaidi...
Con las mías, aparte sus manos de mi cara y separé nuestros rostros.
—Quizás no debería estar aquí con usted. —susurré—. Tengo clase y que nos viesen... no sería buena idea.
Sonrió triste y asintió. Se separó de mí y volvió a entrar a su aula correspondiente.
Quizás no debí ser tan brusca, pero no podía estar así de cerca suyo sin perder el control.
Salí de la clase y las zonas de mi cuerpo que él había tocado ahora me quemaban. Mi corazón latía descontroladamente, y tuve que ir al baño para refrescarme la cara.
Pero una voz me hizo espabilar de un golpe.
—Preciosa...