EADLYN
Cuando me disponía a acceder al edificio para devolver los libros, me encontré frente a frente con la escena que desataría en mí un interés nuevo hacia Rayan: una chica, seguramente también de la clase de Arte Moderno y Contemporáneo, trataba intensamente de besar al profesor, mientras él se resistía y parecía incómodo.
Pocos alumnos merodeaban la zona, ya que la mayoría de las clases se impartían en este horario, de modo que muy difícilmente alguien los descubriría. A excepción de mí, que lo veía todo perfectamente desde mi posición.
Aprovechando que ambos se habían sumido en una silenciosa discusión, me acerqué discretamente y me oculté tras un pequeño arbusto que dividía el edificio de la residencia del comedor. Me sentía una metiche, yo odiaba que la gente se entrometiera en mis asuntos, pero iba y espiaba a mi profesor de arte.
—¿Cuál es el problema? Me gustas —la voz de la chica se me hacía bastante chillona e irritante—. ¿Acaso no soy atractiva?
—¿Es en serio?—mis ojos se abrieron al escuchar la voz de Rayan, y mi corazón se aceleró debido al impacto. Se oía furioso—. No voy a seguir tolerando esto, soy tu profesor. No es éticamente correcto lo que estás haciendo.
—Estoy segura que puedo hacerte cambiar de opinión. ¡Pero ni siquiera me dejas intentarlo!
—Esa debería ser suficiente prueba de que no estoy interesado.
—Puedo ser persistente —rodé los ojos, incluso yo comenzaba a fastidiarme—. Al final todos tenemos un límite. Voy a encontrar el tuyo.
—No querrás encontrarlo —replicó—. Porque cuando lo hagas no seguiré considerándote y te acusaré de acosadora. No voy a prestarme para juegos, deberías comprenderlo.
Durante unos incómodos minutos el silencio los consumió, hasta que la rubia soltó algo parecido a un resoplido y se largó diciendo:
—No quiero escucharte.
Y yo solo podía aguantar las ganas de gritarle groserías, porque me cabreaba de alguna forma, odiaba mucho a las personas que acosaban a otras. Conocí ambos lados del acoso y ninguno de los dos me parecía bonito, por eso me fastidiaba. Sin embargo, no era asunto mío, y ya me había entrometido demasiado.
Esperé a que Rayan se fuese, pero permaneció allí durante un tiempo que se me hizo eterno. Llegué a pensar que no se iría, pues lucía bastante ido.
Hasta que, súbitamente, cruzó el arbusto en el que yo me escondí y emprendió su camino por el campus. Aguardé unos minutos más, para no cometer un error que pudiese delatarme, hasta que estuve segura de que no quedaban ninguno de los dos por los alrededores.
Exhalé, saliendo de mi escondite y, entretanto sacudía mi ropa para quitar todo rastro de suciedad que pudo haberme dejado el arbusto, una voz masculina y sexi se acentuó junto a mi oído.
—Te encontré.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
—Rayan.
No necesité girarme, reconocí su voz instantáneamente. Se trataba de su tono: ronco, duro, sexi; lo hacía singular e imponente. No se mantuvo cerca de mí durante un largo tiempo, al contrario, se alejó en cuanto pronunció aquellas palabras y la vergüenza que comienza a surgir bravíamente en mi interior me impulsa a salir corriendo.
¿Por qué las circunstancias, de una u otra forma, siempre terminan llevándome a lo prohibido?
No comprendía el insólito proceder del destino, sin embargo, sí podía asegurar una cosa: me acababa de pillar infraganti, de modo que me costaría bastante defenderme en esta situación. Mi única solución era optar por la honestidad y que me valga mierda lo que él opine al respecto, pues seguramente frente a sus ojos yo figuraba como una chica caprichosa y testaruda, con un carácter de anciana solterona.
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