EADLYN
A pesar de haberme soltado, su pecho seguía pegado a mi espalda, y viendo que él no tenía intención alguna de separarse, fui yo quien tomó la iniciativa. Pasé por encima de la estúpida diadema y me giré, quedando frente a frente. El señor Zaidi bajó la mirada y al mismo tiempo nos agachamos. Ambos de cuclillas en medio de una calle desierta a las tres y media de la madrugada en París. Nuestras manos extendidas, apunto de coger aquel objeto, pero nos vimos interrumpidos cuando nos dimos cuenta de que nuestras manos se tocarían. Alcé la cabeza y le miré a esos ojos esmeralda que tanto atraen a las mujeres. Me sonrojé cuando me di cuenta de que él también me miraba.
—O la coges tú a la cojo yo, por que no estoy para estas chorradas de películas de Disney Chanel —aclaré, sin apartarle la mirada. Él sonrió ante mi comentario, y casi llegó a imitarlo, pues ver que todavía cuento con esa capacidad de hacerlo reír hizo que mi corazón pegara un brinco.
Finalmente, él alargó el brazo y cogió la diadema. Ambos nos enderezamos y cuando estaba a punto de entregármela reparó en las ridículas orejas. Yo se la arrebaté de una manera un tanto brusca y siendo consciente de que no me cabía en el bolsillo, me las acomodé en la cabeza como si fuera algo que forma parte de mi rutina. Porque ante todo, orgullo.
—¿Vienes de una fiesta de disfraces?
Yo rodé mis ojos, lo que solo produjo que su sonrisa se ensanchara.
—Si no fueras mi profesor y tutor te habría mandado a la mierda hace un buen rato —le aclaré, dándome la vuelta dispuesta a marcharme.
—Aunque fuera del campus no me considero ni tu tutor ni tu profesor... No puedo evitar sentirme decepcionado de que hallas ido a una fiesta un jueves por la noche cuando mañana tienes clase —responde con un tono frío, nada similar al anterior.
—Primero y antes que nada —me giré enfadada. La uña de mi dedo índice se clavó mínimamente en su pecho y lo encaré—. Pasan de las doce, por lo que ya es viernes —incliné mi cabeza, y una sonrisa lasciva se posó en mis labios, mientras mi boca no hace más que escupir veneno—. Y no es de tu incumbencia lo que haga o deje de hacer, además, tu mañana también tienes que ir a clase, pues por si no lo recuerdas eres profesor, más no obstante estás aquí de pie y bien despiertito hablando con una de tus alumnas a las tres y media de la madrugada en medio de una solitaria calle del centro de París.
Cuando me detuve, mi pecho subía y bajaba, mis sentimientos estaban a flor de piel, mientras que más lágrimas se iban acumulando en mis ojos. No sé porque le dije todo esto, tal vez fue su teoría de vengo de una jodida fiesta de disfraces. No estoy enfadada con él, si no con la vida, con el karma, y enfadada también con Dios si es que existe. ¿Qué hice tan mal para merecerme esto?
Estoy enfadada pero no tanto como para decirle cosas hirientes, que es lo que solemos hacer generalmente los humanos.
—Me importa una mierda lo que hagas o dejes de hacer. Me da igual si pasabas por aquí porque vienes de acostarte con alguien. Me importas una mierda tú, —incrusté un poco más la uña—, y todo lo que te rodea. Y no eres nadie, pero na-di-e, para reprocharme de donde vengo. Como si vengo de un prostíbulo o de fumarme un buen peta y mezclarlo con alcohol.
—Vete a casa Eadlyn —sentencia, mirándome con decepción. Parece no creerse lo que sus ojos ven. Me mira con esa pena que tanto aborrezco, y lo odio más a él por mirarme así. Como cuando ves a un cachorro que pasó de tenerlo todo a quedar en la calle y ahora está perdido y muerto de hambre—. Puedo llamar a tu hermano si quieres.
¿Mi hermano? Ja. Yo ya no tengo de eso.
—Adelante, —hago un gesto con la mano incitándole. Estoy segura de nunca antes le he hablado de él, pero me importa una mierda como se ha enterado de su existencia—. Si te coge el móvil te hago una mamada aquí y ahora.
Rayan no puede evitar no disimular su asombro ante mis palabras. Tal vez suelto alguna que otra palabrota, y aunque el sexo y todo lo que lo concierna no es un tema tabú para mi, nunca me he dirigido así hacia él.
He cambiado. Y no así precisamente un cambio de estos en los que te limitas a corarte el pelo, como si el pasado se hubiera quedado enganchado a tus puntas abiertas y necesitaras librarte de el. Este fue un cambio involuntario. Un cambio que se vio provocado por las circunstancias que me ha puesto la vida en un espacio muy corto de tiempo. Porque no me han roto el corazón, pues es imposible romper algo que ya está roto, y no; no me interesa repararlo. Si me van a querer, me van a querer así.
Así de rota.
—¿Habéis discutido? —Rayan titubea al hablar, no quiere meter la pata, pero es que ahora mismo es la persona menos indicada para hablar conmigo sobre ningún tema.
—Buenas noches, señor Zaidi —no quiero hablar más con él. Siento que he tenido más que suficiente por hoy. No aguantaré mucho más sin desplomarme y me niego a hacerlo delante de él.
—Me importas.
Esas dos palabras, es suficiente como para detenerme. No me giré, tampoco respondí, pero dejé de caminar. Siento esa curiosidad que antes era por la que me guiaba a la hora de tomar decisiones. La di por muerta, pero aquí esta. Haciendo que mi cuerpo empiece a segregar adrenalina, que mi corazón se acelere y mis sentidos se pongan en su punto álgido para no perderme nada de lo que sucederá a continuación.
—Me importas como a un tutor le importa su alumna —un nudo se instaló en mi garganta, y la tristeza me oprimió el pecho. De pronto ya no sentía frío y mis dientes dejaron de castañear. Ya no me preocupaba el como iba a hacer para llegar a fin de mes. Nada importaba por que sí, tengo muy buenos amigos, pero mi corazón lo quiere a él, y saber que el ya me ha superado, que soy una alumna más, (aunque en términos sociales es lo más correcto), yo lo quiero a él como quieren los niños.
—Rayan... Deja las cosas como están.
Así fue, como el orgullo ganó al amor. La necesidad se rindió entregando una bandera blanca. El cerebro festejaba su victoria mientras chocaba los puños con la lógica y la sabiduría, aunque esta última no parecía estar segura de que estuviera en el equipo correcto. En la otra punta, en corazón latía a pesar de que no entendía para quién o que, mientras la pasión le daba pequeños golpes en un intento nulo de animarlo.
Así me sentía yo. Muerta en vida.
