03. Aniversario.

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RAYAN

El cajón emite un sonido cuando lo abro. La caja sigue igual que la vez que la dejé ahí a inicios de curso, cuando me mudé. La saco con cuidado, y los objetos de su interior chocan unos contra otros emitiendo un pequeño sonido.

Las gotas de lluvia chocando contra la gran cristalera es lo único que se oye en el apartamento. Una pequeña lámpara sobre una mesita, es lo único que ilumina la estancia. Lo justo y necesario como para permitirme ver lo que su interior alberga.

Al igual que todos los dieciséis de enero, introduzco mi mano en el interior. De manera casi inconsciente, esta se dirige a la esquina superior derecha. El frío del cristal es lo primero que percibo, pero es su forma redonda lo que me indica que es el objeto correcto.

La luz se refleja en él, y su olor llega a mí, sin la necesidad de acercarlo a mi nariz. El pequeño bote de cristal color ocre en forma de jarrón, me sacude el corazón. Permito que sus recuerdos lleguen a mi y estos me golpean. Su risa inunda mis oídos y yo tiemblo todavía de rodillas en el suelo frente el cajón, siendo la caja lo que me separa.

El sonido del pequeño tapón siendo sacado de la parte superior del perfume, me translada más de ocho años atrás. Todas las mañanas, una vez vestida y situada enfrente del gran espejo que su hermana le obsequió cuando era una adolescente novata, se rociaba este mismo perfume, en un punto exacto bajo sus pequeñas orejas, antes de ponerse sus pendientes.

Dejo el pequeño bote de cristal en su sitio, sabiendo que hasta el año que viene no lo volveré a coger. Mi mano se posa sobre una caja de terciopelo muy suave al tacto, gracias a su buena calidad. El nombre de la joyería en color oro, resalta con el color rojo vino del terciopelo. Abro la cajita con cuidado, y dentro de ella,  unas perlas perfectamente colocadas, con sus correspondientes tuercas, y un anillo de compromiso me dan la bienvenida. Un nudo se instala en mi garganta pero sé que no voy a llorar. Hace cuatro años que no lloro por ella. A diferencia  de los pendientes, el anillo si lo cojo y lo introduzco en mi dedo meñique, el único dedo en el que me entra. Sus manos eran tan pequeñas... Igual de delicadas y bonitas que las de Eadlyn, aunque a diferencia de mi enigmática estudiante, Chloé siempre las llevaba cortas, y de colores suaves que no llamaran la atención. Sin embargo, ella no. La morena tiene unas uñas largas en que acaban en una punta redondeada, siempre pintadas a juego con su ropa. Sus dedos delgados cubiertos con anillos, todos dorados sin excepción. Si Chloé estuviera aquí, se reiría de verme tan obsesivo y vulnerable por un ajovencita tan impulsiva y cabezota. 

Con la yema de mi dedo índice, noto el grabado en su interior; es entonces cuando se me encoge el corazón. Soy el único que sabe, que es día no solo perdí a una persona, si no a dos. 

Con el corazón en la mano, dejo el anillo en su sitio y guardo la caja. En la otra esquina superior, un sobre de papel reciclado lleno de otros pequeños sobres blancos. En su interior, se encuentras las primeras cartas que nos escribimos. Dos cartas por mes. Una suya y una mía. Así durante un año. Siempre quise volver a leerlas tras su muerte, pero ocho años después y sigo sin ser capaz.

Bajo el sobre y en perfecto estado se encuentra una cámara Canon, su favorita. Siempre quise volver a usarla, pero nunca fui capaz. La memoria de la tarjeta seguramente llena, fotos que ya no recuerdo, sus últimas fotos que seguramente no vi.

El móvil empezó a sonar en algún lugar de la casa, por lo que me levanto con pesadez dejando la cámara sobre la mase baja del salón.

~•~

EADLYN 

En cuanto abro la puerta del club, esta emite un chirriante sonido acompañado del sonido de la música del interior del local. El frío me da la bienvenida y me sacude el pelo. El gran abrigo de plumas negro que me regalaron Rosalya y Leigh, es lo único que me cubre por encima del peculiar uniforme de trabaja. Noto la diadema sobre mi cabeza, pero el echo de que evite que el pelo me de en la cara, es suficiente razón para mi, como para no sacármela.

En cuanto salgo del estrecho callejón, hasta la calle general ahora desierta, las corrientes de aire juegan entre si, creando remolinos de viento que levantan todo aquello que encuentran. Me detengo enfrente de la clínica, la cuál tiene las ventanas tapizadas y un cartel  de "se vende", bajo este, el número de teléfono correspondiente. Sigo de largo el Cosy Bear Cafe, y apesar del frío, no utilizo el callejón, si no que continúo por la general, siendo consciente de que tardaré más llegar.

Una persona a lo lejos me hace dudar. Incluso desde esta distancia puedo distinguir que se trata de un hombre alto, de espalda ancha y que seguro bajo ese abrigo, esconde unos brazos con la suficiente fuerza como par agarrarme. A pesar de eso, yo sigo hacia delante y alcanzo a escuchar el sonido de sus pasos que contrasta con el ruido que emiten mis botas blancas hasta la rodilla, con un tacón vertiginoso.

Camino bajo la luz de una farola mientras miro al suelo, y entonces ya no escucho sus pasos, como si se hubiera detenido . Tal vez no se dio cuenta de mi presencia hasta ahora. Son las tres y pico de la madrugada de un viernes, lo más probable es que venga de un bar y esté de alcohol hasta las trancas.

Mi corazón late desbocado en mi pecho, mientras que mi respiración se acelera y solo puedo pensar en el estúpido uniforme de trabajo, que le va a dar a entender que tiene el derecho de hacerme lo que quiera.

—¿Eadlyn?

El alma se me cayó a los pies. Quería correr, huir, pero no tengo donde meterme. Él ya me ha visto, aunque por suerte el abrigo tapa mi uniforme. Intento acomodar el cuello del abrigo y subir hasta arriba del todo la cremallera, para ocultar el ridículo collar. Tenía que haber ido por el callejón.

—Buenas noches —respondí rápidamente, para evitar que se acerque a hablar conmigo.

—¡Eadlyn espera! —gritó, cuando yo empecé a acelerar mi paso.

—¡Tengo prisa!¡Nos vemos en clase!

Caminé unos pocos metros más, pero una mano grande y fría me agarró del brazo con fuerza, deteniéndome en seco. Los nervios me traicionaron y mis pies se hicieron un lío. Sentí mi cuerpo irse hacia delante, el agarre en mi brazo se hizo más fuerte. Un grito se quedó atascado en mi garganta. Algo alargado pasó con rapidez por delante de mí, y poco después, un brazo me sujetó por la cintura. Debido a la rapidez del momento, él no controló su fuerza al momento de enderezarme y mi espalda chocó contra su pecho. El mundo se sacudió por unos instantes hasta que me estabilicé. Su respiración acelerada contra mi oído me erizó la piel. Su brazo seguía sujetándome con fuerza, como si tuviera miedo de que en cualquier momento me fuera a escapar corriendo. Sentí como algo se escurría por mi cabeza. La diadema con las redondeadas orejas de pantera, cayó al suelo a cámara lenta, su sonido al impactar contra este rompió el silencio de la noche. Nosotros seguíamos inmóviles, con su cuerpo pegado al mío. El aroma de su perfume me rodea, abrumándome.

—¿Estás bien? 

Su voz en mi oído me hizo temblar, y estoy segura de que lo notó, pero no dijo nada. Incapaz de hablar, asentí. Su brazo abandonó con lentitud mi cintura, su mano pasó por encima de mi estómago y finalmente la dejó caer a un lado de su cuerpo. Y sin embargo, mi propia mente me traiciona, pensando en cuanto deseo que me vuelva a rodear, a pegar su cuerpo al mío, hasta ahogarme en su perfume.

Por que sí; te he echado de menos, Rayan.

Rayan [en pausa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora