04. Encontronazos

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EADLYN

Jugueteó con las llaves lanzándolas de mano a mano mientras tatareo una de mis canciones favoritas por lo bajo, no queriendo interrumpir el silencio de la noche. Reacomodo la capucha de mi sudadera que me proteje del escaso viento que se hace presente a mitades de septiembre.

Mis pies se detienen por instinto ante el callejón que debo cruzar para llegar a la universidad, si es que no quiero dar media vuelta a la ciudad. Cuando me dirigía al local, no me había percatado en lo tenebroso que puede resultar esta calle, aunque no contaba con el echo de que no fuera a estar iluminada.

Suelto un suspiro y trato de pensar cosas positivas, pues me conozco a la perfección, y siempre me pongo en las peores situaciones. A pesar de todo, me ha sido imposible no acelerar el paso cuando me he introducido en el callejón, sujetando las llaves con toda la fuerza posible por si las llego a necesitar. Al final del callejón, logro distinguir una silueta negra la cuál desaparece poco después entre la penumbra.

Inevitablemente, me paro en seco.

Es la silueta de un hombre. Le sigo dando vueltas al asunto, haciendo una lista de los pros y los contras de cruzar el callejón. Hay muchas posibilidades de que nos crucemos, pues el trecho final es muy estrecho y podría empujarme contra la pared, y no tendría escapatoria.

Sacudo mi cabeza, en un intento de sacar esas ideas de mi mente y trato de pensar con claridad. Seguro que solo se trata de alguien que vuelve a casa, al igual que yo.

No obstante, me resulta imposible no sentirme nerviosa, y el miedo se instala en mi cuerpo como era de esperar. La silueta se aproxima hacia mi, y esta se hace cada vez más grande. Con los nerviosa a flor de piel, ajusto la capucha sobre mi cabeza y bajo la cabeza cruzando mis brazos sobre mi pecho, notando como la punta afilada de la llave se clava en la tierna piel de mi mano derecha, aún así retomo el camino y acelero el paso.

Noto como un sudor frío se desliza por mi nuca, y solo pido por favor que no me pase nada.

Cuando nos cruzamos, me echo a un lado todo lo posible, rozando la manga de la chaqueta contra una pared de ladrillo. Cuando apenas nos separan unos pocos centímetros, escucho como sus pasos se detienen y mis ojos se humedecen.

—Buenas noches, ¿todo bien?

—Oh, joder —suelto una maldición antes de que mi corazón, abandone mi garganta para volver a incrustrarse en mi pecho.

Cuando me giro, me sorprendo al encontrarme con los ojos verdes de mi profesor de Arte Moderno y Contemporáneo, los cuales me observan apenados.

—Perdona, no pretendía asustarte —se disculpa mientras observa mi rostro con detalle.

Dejo escapar el aire de manera pausada y discreta, no quiero que sepa cuan asustada estoy todavía. Relajo mi mano, y noto como un pequeño líquido caliente se escurre entre mis dedos.

Joder, Eadlyn.

—No, no, ¡no es culpa suya! H-Hola, digo, buenas noches... —a pesar de que intento sonar segura, titubeo aún más, y noto como su mirada se apaga un poco.

—Veo que te he dado el susto de tu vida, estás blanca como el papel —añade inclinando ligeramente la cabeza, en un acto muy tierno que me tranquiliza un poco, pero aún así, mi corazón sigue latiendo desbocado ante la adrenalina, y noto como el miedo recorre cada parte de mi cuerpo.

—No, no, soy yo, no estaba tranquila en este callejón, no lo he reconocido —admito finalmente, bajo su mirada penetrante, que apesar de la escasa luz, brilla bajo la luz de la luna.

—Si, te creo. Todo esta oscuro en este callejón, y los estudiantes de la facultad lo usan bastante, aunque no a tan altas horas de la noche —recalca con una de sus cejas alzadas—. ¿Cómo es que vuelves sola a estas horas?

Introduce sus manos en los bolsillos de su cazadora, y adopta una pose mas relajada. Los rasgos de su rostro se suavizan, y me alegra saber que ya no se siente culpable por lo sucedido.

—Estoy trabajando en una tienda de animales no muy lejos de aquí, y tengo el horario de tarde noche —le explico de la manera más breve posible.

Me guste o no, aparte de las becas debo tener un trabajo para poder permitirme ciertas cosas y así tener mayor estabilidad económica. Aun que muchos estudiantes también trabajan, la mayoría cuentan con un colchón financiado por sus padres si es que algún día le falta algo, o no le alcanza el dinero.

—Vaya eso tiene merito, no le permiten a cualquiera trabajar con animales —me alaga con una amplia sonrisa, haciéndome sentir alagada.

—Admito que me tranquiliza un poco haberme encontrado con usted.

Su rostro se vuelve a poner serio, y en sus ojos observo cierta preocupación que me hace sentir inquieta.

—Es cierto que este callejón no es nada tranquilizador...

—Sí, estoy totalmente de acuerdo. Bueno, yo debo irme, además no me gustaría pasar mucho más tiempo en este lugar —me explico, sin saber que mas decir.

—Sí, bueno ya no te entretengo más. Ten cuidado —se despide haciendo especial énfasis en la última frase. Su ceño fruncido sobre sus esmeraldas, me hace saber que por su cabeza pasan muchas cosas, mas no obstante no añade nada más, por lo que retomo mi camino intentando salir de ahí todo lo rápido posible.

—¿Eadlyn? —su voz me llama a lo lejos, por lo que detengo mis pasos y me giro en mi sitio.

—¿Si?

—Estas segura de que bueno... ¿Estarás bien volviendo sola? No querría que... —observo como se rasca la nuca en un acto nervioso, de echo, creo que es la primera vez que lo veo así.

Aun que yo no alcanzo a ver su rostro, se que él logra ver el mío con facilidad, pues ya me encuentro bajo una luminosa farola que me deslumbra.

—Oh, sí, gra-gracias, soy yo, que tengo demasiada imaginación —digo en un intento barato de justificarme. Muestro una tímida sonrisa a sabiendas que él si alcanzara a verla.

—Está bien... Confío en ti. Te veré mañana en mi clase —asegura bajo la oscuridad, y a pesar de que no alcanzo a ver sus ojos, se como estos lucen mientras esperan ansiosos una respuesta de mi parte, pues es la misma mirada que me dedico hace dos días en mi primera clase con él.

—Por supuesto. ¡Hasta mañana!

Retomo mi paso acelerado, pero al final acabo echándome una pequeña carrera hasta el campus. Una vez allí me permito recobrar el aliento y remango una de las mangas, concretamente en donde escondía la llave.

Observo varias rojeces entre la zona de la muñeca hasta el codo debido a las decenas de pellizcos durante estos primero cuatro días de clases. Finalmente, observo la pequeña brecha que cruza la palma de mi mano, como si quisiera dividirla en dos. No es nada grave, lo que me preocupa es la cantidad de bacterias que se encuentran en la llave, y que pueden infectar la pequeña herida.

Mientras atravieso el césped en dirección a los dormitorios, mi cabeza se desvía hacia mi profesor de arte, mi apuesto y atractivo profesor de arte.

¿Qué hacia volviendo a casa tan tarde de la facultad?

En mi mente traicionera se posó la imagen de cierta castaña. ¿Vendría de estar con ella? Suelto un suspiro y golpeo una pequeña piedrecita con ayuda de mi pie.

Sin duda, este exceso de imaginación lo saqué de mi madre.

Rayan [en pausa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora