20. Drama y más drama

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RAYAN

Aprovechando mi hora libre, Melody optó por avanzar un proyecto que tenemos entre manos, por lo que nos reunimos en el Aula Magna, donde tiene lugar mi próxima clase. Clase en la que tanto Melody como Eadlyn están presentes.

La voz de Melody solo era un sonido de fondo en mi cabeza. A penas la estaba prestando atención, aún mi pecho seguía subiendo y bajando con dificultad. No conseguía tranquilizarme.

No podía olvidar la textura de los pocos milímetros que pude saborear de los labios de Eadlyn. La imagen se repetía una y otra vez en mi cabeza sin ninguna tregua, sobretodo la de sus ojos vidriosos abandonándome.

La quiero tener entre mis brazos.

Desde el primer día sentí que mi relación con ella no podría compararse con el resto. Una chispa, una llama, surgió dentro de mi, un ardor que me comenzó a quemar poco a poco lo más profundo de mis entrañas.

Me asuste cuando noté que lo que veía en ella no era una alumna, sino una mujer. Quizás, ingenuo de mi, pensaba que podría mantenerme en mi línea y comportarme como un tutor ejemplar.

Pero, había roto mis esquemas. Nos habíamos roto los esquemas los dos, juntos. Era demasiada la atracción, tanto física como mental, que por fin acabamos cediendo.

Seguía con el amargo sabor de haber abandonado sus labios, sin ni siquiera haberlos probado, y el dolor de haber pronunciado esas palabras que provocaron sus lágrimas.

Quería pero no podía. Esa frase encajaba perfectamente con la situación. La presión de hacer lo correcto, lo decente... me hacía pensar más en ella.

Esa muchacha me había engatusado con todo su precioso, y perfecto ser.

Esa muchacha me había engatusado con todo su precioso, y perfecto ser

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EADLYN

La primera clase era la que menos deseaba del día; la del señor Zaidi. Y no era precisamente porque su asignatura pudiese ser definida con algún adjetivo negativo. No. Simplemente me asfixiaba con la tensión que respiraba en el Aula Magna.

Un silencio sepulcral invadía la enorme habitación, indicando que el profesor ya estaba dentro. Sin hacer demasiado ruido, ambas nos sentamos en el primer hueco libre que vimos. Zaidi miraba los papeles de su mesa, pero en sus ojos no había la usual concentración que en ellos habitaba.

Fijé mi vista entonces en la foto de la escultura que había proyectada detrás de su amplia espalda. Era un hombre con un semblante serio y rencoroso. Una corona de laurel esculpida rodeaba su cabeza. Entre sus brazos recogía gran parte de la tela de su túnica. Pero si había algo que destacar, eran sus ojos. A pesar de que todo el aquella estatua era gris, sus ojos no necesitaban color para transmitir toda aquella fiereza que emanaban.

Rayan [en pausa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora