14: "Hoy me cocinarás, nena"

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1 de octubre del 2018.

Victoria Velarde.

Con un extraño nudo en mi estómago, observé de reojo el reloj en la pared.

7:40 pm.

Decidida a no llegar tarde, tomé mi bolso negro con mis cosas básicas y giré en mi eje para verme por última vez en el espejo. Lucía unos jeans skinny azules, una camiseta manga larga color negro, y zapatos de tacos del mismo color, sin embargo, terminé cambiándome los zapatos, ya que preferí ir en motocicleta.

Peiné mi cabello con dos pequeñas trenzas tomadas por la nuca, me rocié colonia de bebé, si, probablemente Sebastián me molestaría por eso, y mis ojos verdes resaltaron más, después de ponerme máscara de pestañas.

Bajé, con una sonrisa de oreja a oreja y cuando el recepcionista murmuró algo de que me veía muy feliz, la borré rápidamente.

¿Feliz por ir a ver a Sebastián? Dios Mío, perdóname.

Subí a la moto, me puse el casco intentando no desordenarme el cabello, pero fue imposible, y rendida, empecé marcha hacia el pent-house de Sebastián. La noche estaba fría, por lo que hubo una pequeña brisa que me acompañó todo el viaje, no obstante, me ayudó a relajarme.

Después de recordarme todo el "odio" que le tengo a Sebastián y de estacionar mi transporte, entré al edificio. Nuevamente me topé con Flynn, el portero, que ya me conocía muy bien.

—Señorita Victoria—dijo a modo de saludo. Sus ojos me recorrieron de pies a cabeza, esbozando una sonrisa—. Con todo respeto, se ve muy hermosa. Espero el señor Henderson la sepa valorar.

Ignoré su último comentario y le sonreí por el halago de antes—. Muchas gracias Flynn, ¿Qué tal su hija? —él suspiró, haciendo una mueca de preocupación.

—Está enferma, siempre pasa cuando comenzamos otoño.

—Pues ya se pondrá mejor, nada que una buena sopa de pollo no pueda arreglar, ya lo verás.

—Eso espero, señorita Victoria, muchas gracias. Por cierto, el señor Henderson ya la está esperando.

—Gracias.

Subí al elevador y en cuanto las puertas se cerraron un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Estaba nerviosa, no mentiría, pero más nerviosa me tenía el hecho de verlo y no quería admitir el porqué.

Admitir que lo deseas no te hace una persona hipócrita, Victoria.

O tal vez sí...

El ascensor se detuvo en el último piso, las puertas se abrieron y dejaron que el precioso animal peludo me recibiera rápidamente. No me molestó que pusiera sus patitas en mi ropa, al final, daba la mismo si se ensuciaba, luego lo lavaría.

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