25: "¿Acaso has visto una monja usar algo así?"

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30 de octubre del 2018.

Victoria Velarde.

Suspiré, mirando de reojo al hombre de mi lado. ¿Será que esta es una señal?, o, ¿de verdad fui tan tonta para cometer ese error?

No, no y no. Prefiero irme por la segunda; definitivamente soy una idiota.

Mi vista se volvió hacia Sebastián, quien se veía bastante relajado en comparación a los demás días y esbocé una pequeña sonrisa.

Pensándolo bien, tampoco es tan grave que él esté acá. De hecho, tenía ganas de verlo, pero como conozco su forma de ser, esperaba que está vez se comportara, porque si no lo hacía, me arrepentiré toda la vida de haber cometido esa equivocación, justamente en una de mis épocas favoritas: Halloween. Aunque Halloween era mañana.

Después de haberme dormido entre sus brazos, no volvimos a hablar al respecto, algo que me tranquilizaba. Sin embargo, debía aguantarme los comentarios de mi madre y mi hermana, quienes me contaron que, al entrar a mi habitación, nos pillaron durmiendo acurrucados el uno con el otro, y en mi defensa, tenía frío, pero ellas no me creen.

La semana siguiente, los sucesos marcharon con normalidad, nuestras discusiones seguían y también los roces entre ambos, pero algo que sí cambió, fue que gracias a ese domingo en el que le confesé que me aterraban las lluvias fuertes, Sebastián se daba, todos los días, el tiempo de ver el clima y mandarme un mensaje, avisándome que días supuestamente lloverán. Nunca le daba las gracias como tal. No obstante, apenas lo veía, me lanzaba a besarlo, y él sabía que esa era mi manera de agradecerle, con eso le bastaba. Luego, nos concentrábamos en las recetas y las preparábamos para degustarlas.

Por esa misma razón no pude prepárame con anticipación para estas fechas como siempre lo hacía junto a Ezequiel y Macarena, quienes una semana antes me venían a buscar y salíamos a comprar un disfraz para cada uno. Nuestros planes todos los años fueron los mismos: conseguir un disfraz e ir a la fiesta que encontremos disponible en esa fecha.

Como este año no hice lo primero con ellos dos, los chicos ya tenían su disfraz, así que, para no quedarme sin el mío, anoche decidí escribirle a Ian y pedirle que me acompañara. El problema comienza cuando hoy en la mañana me levanto por la insistencia de la persona que tocaba el timbre, y al abrir la puerta no era nada más ni menos que Sebastián.

—¿Qué haces aquí? —cuestioné extrañada. Él frunció el ceño, desconcertado ante mi pregunta. ¿No que hoy no nos juntábamos?

—La verdadera pregunta aquí es, ¿qué haces aún en pijama? —miré de reojo mi atuendo, encogiéndome de hombros.

—Estaba durmiendo, no le veo lo malo, ahora responde mi pregunta.

—Nena, tú me dijiste que viniera. ¿Debería preocuparme por tu rara amnesia?

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