03: "¿Aceptarás?"

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23 de septiembre del 2018.

Victoria Velarde.

Bajé de la motocicleta con cuidado de no desarmar el pequeño ramo de orquídeas y caminé hasta donde se encontraba mi padre. En el camino, dejaba una que otra orquídea en algunas lápidas que se encontraban sucias y sin decoración, como si después de fallecer se hubieran olvidado de ellos. Cuando me detuve al frente de la de Guillermo Velarde, ya me quedaban cuatro flores, pero no me importó, aun así, pasé mi mano intentando quitarle el polvo y las hojas secas que habían caído del gran árbol que quedaba sobre esta, dándole sombra, para finalmente colocarlas allí.

—Papá, ¿a qué no adivinas lo que pasó? —me quedé en silencio todavía sintiendo mi respiración pesada—. No sé qué hacer, por un lado, quiero aceptar, pero por el otro me pongo a pensar en cómo me sentí aquella vez y... y no me gustaría sentir eso de nuevo —murmuré hacia la lápida. Luego de unos minutos que me quedé sospesando mis opciones, me reí bajito—. ¿Por qué creo que tú me hubieras dicho que no fuera tonta y aceptara?, tal vez tengas razón, en el fondo siempre la tuviste. Igual, solo serán tres meses, no creo que ocurra algo de lo que me deba arrepentir más adelante. Además, viendo el lado positivo, si consigo ese dinero podré abrir el restaurante que soñé.

Mi mente viajó al recuerdo más vívido que tengo de cuando era una nena que lo único que quería era dedicarse a la cocina.

—Me gusta esta película, es mi favorita —murmuré mientras me acurrucaba en los brazos de mi padre.

—La princesa y el sapo. Es una buena película y deja un gran mensaje. ¿Qué es lo que más te gusta de ella? —preguntó, quitando un mechón de cabello de mis ojos.

—Que Tiana finalmente consigue realizar su sueño —los ojos comenzaron a pesarme—. Yo también quiero abrir un restaurante para poder cocinar los dos juntos. Quiero que la gente sea feliz mientras coman nuestras comidas.

—Y lo lograrás pollito, solo debes seguir luchando, no te rindas. Jamás lo hagas mi vida —sentí como besaba la punta de mi nariz y yo bostecé.

—Nunca lo haré, papá, porque sé que estarás conmigo.

—Pollito —susurré el apodo con el que solía llamarme—. Nunca entendí porque decías que me parecía a uno —me reí para mí misma—. Tú eres el único que creía que teníamos un parentesco.

—Yo también lo creo —la voz de mi mejor amigo me sobresaltó, haciéndome fijar la mirada en él—. Eres igual de fea que esas cosas amarillas —se paró a mi lado con una sonrisa ladina, por lo que lo golpeé con mi hombro, sin siquiera moverlo.

—No te pongas idiota.

—Hola Guillermo, ¿ya le dijiste a tu hija que es una tonta por no querer aceptar la oferta?

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