26: "La fiesta de Halloween"

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31 de octubre del 2018.

Victoria Velarde.

—Victoria, explícame... ¿cómo es eso de que no nos acompañarás? —preguntó mi mejor amiga en un chillido extremadamente agudo, provocándome un dolor en el oído. Por mi seguridad, alejé el celular de mi oreja y preferí ponerlo en altavoz para terminar de arreglarme.

—Maca, lo lamento, prometo que se los recompensaré con una salida los tres solos. Ustedes elegirán el lugar —saqué uno de los perfumes que mi madre me había regalado y eché un poco en mi muñeca, para olerlo con desconfianza. Cuando sentí el aroma dulzón, terminé rociándome en más cantidad el perfume.

Nada de eso, Victoria Edie Velarde. Yo quiero que me digas ahora si vas a ir con Sebastián —me quedé en silencio, pero sabía que no le podía ocultar cosas a ella.

—Ehm, sí. Pero antes de que me chilles, que quede claro que le estoy haciendo un favor, no malinterpretes mis intenciones —me apresuré a decir, colocándome un brillo labial que pasaba desapercibido.

Tenía muchísimo maquillaje que adquirí de regalos de mis amigos y mis familiares, no obstante, siempre me decantaba por lo mismo: brillo labial, un poco de rubor y la máscara de pestañas. Y que quede claro que no los usaba, no porque no me gustara, sino porque la mayoría de las veces andaba atrasada, así que debía escoger lo más rápido de utilizar. Además de no entender para que era cada una de las cosas.

Li istiy hiciindo in fivir —se mofó—. Mentira, puras mentiras. ¿Por qué no aceptas que ahí hay algo más que tensión sexual?

—¿Hay algo más?, ¿de verdad? —fruncí el ceño—. Pues fíjate que ni él ni yo lo hemos notado —peiné mi cabello, el cual se encontraba bastante más largo que hace unos meses.

Eso es porque ambos están igual de ciegos, pero ya te quiero ver cuando termines casada con él y con diez hijos.

—¿No crees que diez es mucho? —pregunté distraída—. Tal vez unos...

—¡Victoria, te estás imaginando un futuro con él! —me interrumpió con ese tono de acusación. Al darme cuenta de mi error, intenté remediarlo, a pesar de saber que Macarena no se lo tragaría y me molestaría de por vida con eso.

—¡Eso no es cierto!, solo me pillaste distraída —murmuré avergonzada y ella se rio con fuerza, sin creerme nada.

Coloqué unos mechones de mi cabello detrás de las orejas y justo cuando me iba a despedir de mi amiga, el timbre sonó, haciéndome sobresaltar.

—¿Ya llegó tu príncipe azul?, mándale mis saludos.

—No seas idiota —la regañé—. Pero sí, ya llegó, así que te tengo que colgar. Pásenla bien y perdón por no acompañarlos.

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