VII

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Irene

Me apoyé en un árbol a esperarte, mientras pensaba en lo contenta que estaba de pasar cada día contigo, de tomar tu mano y caminar por estos lugares que ya conozco bien, pero que siempre había transitado con las manos vacías.

Te vi venir con tu típico caminar despreocupado, y mi corazón se aceleró nervioso. No importa cuánto tiempo llevemos viéndonos, esa sigue siendo mi reacción.

Nunca creí que conocería a alguien como tú, con esa calma al hablar, con esa sencillez y con esos maravillosos ojos verdes que logran que me sonroje tan pronto me enfocan.

Te acercaste a besarme y yo te acaricié el rostro con cuidado mientras seguía el movimiento lento de tus labios, un movimiento que ya conozco de memoria y que no se compara con nada que haya experimentado antes. De hecho, creo que todo lo que siento contigo no se compara con lo que he sentido por otro antes.

Cuando nos alejamos tu vista no se quedó en mis ojos, sino que se dirigió hacia un punto tras de mí y tu mirada cambió a una de puro pánico, así que también quise saber qué mirabas, sin embargo, no logré ver nada.

Dijiste que solo te habías confundido. Te creí. 

De gris y coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora