XXIV

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Gabriel

Estaba nervioso, pero sabía que no podía seguir conteniéndome, estaba siendo muy difícil de llevar.

Cuando me viste desviaste la mirada y quisiste seguir caminando. Aun sabiendo que probablemente me odiabas, te detuve y te pedí que habláramos.

Sé que lo arruiné todo, sé que te hice daño, sé que aún te duele, lo noté en tus ojos que siempre han sido tan expresivos. Por primera vez dejé de bloquear la idea culposa de que te herí y lo afronté, y sentí ganas de llorar al verte vulnerable, al ver tus ojos húmedos y verte luchar con las ganas de derramar una sola lágrima por mí. Quise abrazarte, quise hacer lo que fuera necesario para quitar ese dolor, pero el daño estaba hecho, y todo era mi culpa.

—Ester, perdóname —te susurré.

Y además quise agregar, "Ester, te amo", pero no pude hacerlo, porque sabía que a esas alturas ya no tendría respuesta, que, si alguna vez estuviste cerca de amarme, yo logré que esos bonitos sentimientos se esfumaran.

Joder, Ester, mi amor, te necesito tanto, necesito tanto en este momento tus abrazos, tus besos, tus caricias con las que podía olvidarlo todo. Te necesito tanto que todo lo demás pierde sentido mientras me consume este dolor desesperante y el inevitable hecho de que te perdí para siempre.

Ester, mi arcoíris, te amo más de lo que he amado a cualquiera, y aunque tú ya no sientas lo mismo, tú eres quien posee mi corazón.

De gris y coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora