XXVI

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Ester

Frente a mí tuve a una chica destruida, parecida al reflejo que me devolvía el espejo cuando me di cuenta de que estabas con alguien más.

Irene al principio apenas me miraba, se veía avergonzada de acercarse a hablar conmigo, pero luego parecía observarme, fijarse detenidamente en mis movimientos y en mis palabras.

Claro que cuando vino a mí no supe que esperar, no sabía si estaba enojada conmigo porque se había enterado de lo que me dijiste, creí que me reclamaría, pero solo me pidió hablar.

Debo admitir que después de procesar bien todo lo que me dijiste iba a hablar con ella, iba a contarle que me habías confesado tus sentimientos, pero no lo haría para hacerle daño y demostrarle que querías estar conmigo, sino porque le debo lealtad por ser mujer, esa es mi manera de pensar, entre nosotras deberíamos ayudarnos, no atacarnos, mucho menos por un hombre que solo sabe hacer daño y no se decide por quien quiere. Sin embargo, no alcancé a tener un tiempo para aclarar mis ideas, porque ella vino a mí.

La rompiste también, Gabriel, la vi quebrarse frente a mis ojos aun cuando intentaba mantenerse entera. La vi derramar lágrimas llenas de dolor, escuché sus sollozos lastimeros y se me rompió el corazón. Sabes que tengo una debilidad por los corazones rotos, y con ella no pude contenerme. Acompañé su llanto con el mío, teníamos un dolor en común, y por lo tanto nos teníamos la una a la otra.

De gris y coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora