XXVII

4 0 0
                                    

Gabriel

Irene, te perdí también a ti.

Estaba tan centrado en mi propio dolor que no vi que también te estaba haciendo daño.

No me di cuenta de que tú sabías sobre Ester, que habías visto la forma en que la miraba y que cada vez que la veía mi temperamento cambiaba.

Lamentablemente tuviste que decírmelo tú, con lágrimas en los ojos y la voz quebrada, solo entonces noté mi error. Solo entonces volví a notarte, a recordar que estabas a mi lado.

Pensé que podía enamorarme de ti, Irene, pensé que podríamos ser felices, crear nuestro propio mundo, nuestro propio lenguaje, pero me equivoqué, y ese error costó tu felicidad.

Ni siquiera intenté detenerte cuando me dijiste que ya no querías estar conmigo, sé que te dolió que no te pidiera que te quedaras, pero es que no podía, no podía seguir haciéndonos pasar por este infierno. Tú ya sabías lo que siento, y que, aunque lleváramos todos esos meses juntos, a quien no puedo dejar ir es a Ester.

—Lo siento, Irene —dije suavemente.

Y con eso todo se cerró. Después de esa frase y hecha un mar de lágrimas, te diste la vuelta y te marchaste.

Y fuimos tres corazones rotos.

De gris y coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora