XXIII

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Ester

No, Gabriel, si decidiste irte no puedes volver. Sí, tal vez sería una solución a este dolor, pero yo ya no confío en ti.

Hay personas en esta vida que no saben irse del todo, que van y vienen, pero nunca se quedan y solo saben causar dolor. Ya he pasado por eso y no lo haré de nuevo. No te dejaré entrar a mi vida una vez más para que cuando te sientas inseguro te vuelvas a marchar.

Hoy te acercaste a mí, por primera vez en meses volví a escuchar tu voz, esa que lograba darme calma y que yo asociaba con la suavidad. Me dijiste que necesitabas hablar conmigo, que necesitabas explicarme lo que había pasado. Te escuché, lo hice porque necesitaba cerrar el capítulo, comprender todo por fin.

Me dolió que vieras mi personalidad como un defecto, que creyeras que yo solo sería caos en tu vida, o al menos eso pensaste al alejarte porque ahora te diste cuenta de que yo soy más que eso. Y sí, lo soy, y tú no supiste verlo antes.

Dijiste que no has podido olvidarme, que en un principio todo fue más fácil porque no me veías, porque yo no lo llenaba todo con mi vibra, porque no tenías que enfrentarte día a día con la necesidad de acercarte y abrazarme. Y además porque estabas con ella, con Irene, aunque aclaraste que mientras estuviste conmigo no la conocías aún.

Sé que aún estás con ella, y aun así viniste a mí a decirme todo eso, a hablarme de tus sentimientos. Al parecer solo piensas en ti, primero me hiciste daño a mí y ahora a ella, que ninguna culpa tiene en todo este asunto.

No puedo decir que no me dolió, sé que lo notaste, pero he tenido bastante tiempo para sufrir y pensar, y sé que contigo las cosas no son seguras y no estoy dispuesta a pasar de nuevo por esto. Me merezco a alguien que me quiera con todo lo que soy, que se preocupe por mis sentimientos, que crea que soy única y que no quiera perderme. Y ese, querido Gabriel, no eres tú.

De gris y coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora