11. JULIAN

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El plan parece que va sobre ruedas. Una gran parte de los rebeldes me adora.

Al principio no hacían más que reírse de Max y de mí, pero todo se lo han creído porque no les hacíamos caso, porque actuamos como si eso fuese más allá, más personal. Ellos empezaron a hacer apuestas: si yo le mataba o no, si le perdonaba, si me ganaba y me mataba... Los billetes se iban de unas manos a otras.

No se me pasó por la cabeza matar a Max, por supuesto que no, pero sé que él me quiere matar porque le disparé dos veces en cambio de una. Eso duele demasiado y seguro que en las curas me está maldiciendo. Por lo menos no se han cabreado por haberle dejado vivo. Es una suerte teniendo en cuenta que los rebeldes ya estaban apostando a que lo iba a matar, que ellos lo hubiesen hecho. O suponían que Max iba a morir o no lo sé. Se marchó sin que lo tocaran. Eso era lo que más miedo me daba.

Alexia estaba presente. Yo ya sabía que cabía la posibilidad de que estuviese y tampoco me esperaba que ella me creyera. Me conoce de antes del plan y está claro que no iba a creerme. Era un soldado raso, uno bueno y ella lo sabe.

Ahora soy todo lo contrario.

La excusa de que el gobierno movería cielo y tierra para buscarme me ha servido para que Alexia decidiera creerme y también darme protección. Sinceramente, no me preocupo demasiado por ella. Me ha dejado claro que tiene muchas otras prioridades antes que la Revolución. Ni siquiera me hablaba de la idea de la Revolución en primera persona, siempre son los rebeldes, pero ella se mantiene al margen. No me supone ningún problema, pero sí que deberé tener cuidado. Si su amigo se lo ha creído, que lo he visto, seguro que ella me creerá del mismo modo.

Alexia dice que tiene un trato con el líder de Santander: participar a cambio de un billete asegurado al Norte. Al parecer ese billete incluye todas las ventajas y seguridades, así es como ella lo vende. Mi trato deberá consistir en ayudarles a cambio de que me protejan del Ejército hasta que esto se acabe.

Ella camina unos tres pasos por delante de mí. Observo su espalda, por donde cae ese cabello dorado, más brillante y rubio bajo la luz del sol. Ella se detiene de golpe frente un portal que parece destrozado. Cuando le piden un código comprendo que este es el nido de los rebeldes en Santander. Y parece que es un viejo hotel que fue abandonado a principios de la guerra. Todo está yendo sobre ruedas.

La fachada del edificio es marrón, del color de la arcilla corroída por todas las lluvias ácidas y las asesinas. No hay balcones. Tiene unos siete pisos de alto y parece que tiene una terraza. Desde aquí no se aprecia si hay un sobreático o un altillo, eso le añadiría un piso más y peculiaridad al edifico. Parece un edificio pequeño, pero me imagino que aquí dentro hay un hormiguero. Apuesto lo que sea a que el interior no tiene muros entre los edificios continuos a este.

—Álex—llama una chica a Alexia, acortando su nombre con confianza.

Ella se acerca a nosotros, mirándome con curiosidad. Me suena vagamente: el pelo corto, su cuerpo pequeño descubierto casi por completo con toda la seguridad. Ella me repasa con la mirada cuando está cerca, se ríe un poco mirando hacia Alexia. No me está coqueteando, solo mira el traje que llevo, restos del traje de gala del Ejército y que llevo unas botas con el escudo de la República. Aquí estoy vestido como el enemigo. No, no transmito buenas vibraciones y si he entrado aquí es porque Alexia me ha abierto las puertas.

—Vale, ya sé que estás loca—empieza a decirle ella—, y parece que también estás desesperada... Pero no me esperaba que trajeses al soldado traidor.

—¿Soy yo la desesperada? —Alexia niega con la cabeza—. Sabes, yo no soy la que le metió la lengua en la garganta a un desconocido de fiesta delante de todo el mundo—de eso me suena.

La Muerte de la Revolución (#LMDLR1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora