1. ALEXIA

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Imagino que vivir en una guerra no te deja las mejores oportunidades de vivir, pero si alguna vez dudaste sobre la existencia de Allah, te diré que si existiera, debe odiarme.

La vida no ha sido generosa conmigo.

Mi madre falleció cuando mi hermano pequeño nació, Pete. Fue un parto complicado que tuvo tantos errores desde los inicios que ya no había salvación. Supongo que eso no tiene nada que ver con la guerra.

Pero la muerte de mi madre fue el inicio de mi caída a los infiernos.

Éramos tres hermanos: Dalton, Pete y yo, la mediana. La cadena de errores nos dejó huérfanos. Y cuando digo que éramos tres es porque ahora solo quedamos Pete y yo. Hace años mi padre entregó a Dalton al Ejército de la República para cubrir su deuda. No es muy legal, pero si te encuentras con oficiales que lo permitan, nadie negará a un soldado raso con tal de proteger a las verdaderas joyas.

El Ejército de la República lo tomó y lo situó en la primera fila contra el bando a favor de la Revolución. En eso consiste la guerra: en un bando que quiere deshacerse del otro sin importar las bajas civiles.

La guerra empezó en Nápoles. Los rebeldes reventaron el paseo marítimo y todo el muelle con bombas de gran potencia. Ocurrió en el 84. Provocó miles de muertes, el destrozo de toda la primera línea de costa de Nápoles y del puerto. Nápoles era el objetivo de los rebeldes porque era el fuerte de la Marina de la República. A pesar de que Roma fuese la capital, no tenía salida al mar. Lo tenía cerca, pero Roma no tiene el puerto que tenía Nápoles. Nápoles era un objetivo porque era un punto débil y, al no ser capital, no estaba tan blindado.

Y lo peor que podría haber pasado a raíz de ese bombardeo fue el inicio de la guerra.

Como era un territorio tan hostil, se mandaban a los chicos jóvenes a combatir por Nápoles para no perder a sus mejores soldados. A los padres les prometen librarse de deudas y recompensas honoríficas, pero a mi casa no llegó ninguna recompensa, solo una carta que decía que lamentaban la pérdida, pero que había sido un honor morir por la República. Ni siquiera servía de nada mandar a chicos allí a morir: Nápoles sigue siendo de los peores sitios del país y de lo más conflictivo.

La carta que nos mandaron desde el gobierno narró que la causa de la muerte de Dalton fue otro bombardeo rebelde, no tan devastador como el que nos dejó en guerra, pero sí mortal.

No queda nada de Dalton. Ni siquiera podíamos enterrar un cuerpo al que poder ir y rendir culto. No había nada para que nos asegurábamos de que podía descansar en paz. Y no había nada que nos asegurase de que Dalton descansaba en tierra santa. Solo teníamos cenizas, las pocas que nos dieron para callarnos y decir: podéis enterrar esto.

La muerte de Dalton fue la que me deshumanizó.

Por si fuera poco, mi padre no resultó ser un buen padre. Lo fue, pero ya no.

Desde la muerte de nuestra madre, cambiaron las tornas.

Cuando estaba Dalton era otro tipo de problemas. Dentro de lo malo nos teníamos a nosotros. Pero sin Dalton, la mera idea de tener que quedarme con un hombre que había intentado matarme no era una opción.

Imagino que a mi padre se le fueron las tornas por el dolor atascado en el corazón, si es que en algún momento tenía corazón. El más amenazado era Pete, que tan solo era un bebé en aquellos días. Mi padre culpaba al crío de la muerte de su mujer. Las amenazas pasaron de serlo a cumplirse. La violencia era algo de cada día. A medida que crecía, más miedo tenía, no por lo que pudiera hacerme, sino porque podía casarme con quien quisiera. Y nadie podía negárselo.

La Muerte de la Revolución (#LMDLR1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora