49. JULIAN

42 1 0
                                    


No me importa cuidar de Alexia. Me gusta estar con ella, el hecho de saber que la hago feliz, que la ayudo, eso me reconforta. Es como si poco a poco deshiciera todo el daño que le he causado y estamos en un tiempo donde es posible que, si salgo a la calle, no vuelva nunca más. Aprovecho todo el tiempo posible con ella. Pronto, se irá al Norte, y si nada cambia los planes drásticamente, solo será ella.

Salgo de la habitación y analizo al máximo todas las instalaciones de la facción liberal a mi alrededor. Tienen un mapa del mundo que cuelga en las paredes de los pasillos, varios. Tiene pinta de ser un mapa antiguo, de hace unos cuarenta años, porque aparece Europa unida mayoritariamente en el mismo país. Ya antes se compartía la moneda. El euro. Fue rechazada por los dos países por su nombre, incitando a la Unión Europea. A Europa. Una cosa llevó a la otra y terminaron por unirse por completo en un país, hasta la Tercera Guerra Mundial, que nos dividió en los dos países que conocemos hoy en día.

Astrid está cerca de la puerta por la que entramos. Ella me ofrece uno de sus cigarrillos, pero yo lo rechazo. No soy como Alexia, no fumo y no quiero hacerlo. Astrid mira a su alrededor, donde no hay niños ni mujeres embarazadas. Entonces prende el cigarro.

—Me imagino que estás enamorado de ella, ¿Verdad? —me pregunta Astrid, con curiosidad.

—La quiero—le respondo. Ella sonríe entonces y expulsa el humo hacia arriba.

—Debes de hacerlo—me dice ella, como si fuese obvia—. Lo último que me esperaba era que un soldado me suplicase que la llevase al Norte. En tu bando eso implica alta traición, la peor de todas. Y creo que eso es amor—habla ella con calma. Supongo que tiene razón—. Rider es un rebelde de confianza para mí—pero Rider me ha dicho que no puedo confiar en ellos. Estando en las circunstancias actuales, es mejor hacer caso a Rider—. Me ha dicho que la valoran mucho en su bando. He hablado con compañeros míos en el Norte y me dicen que hay que despejar los túneles, limpiarlos por si hay soldados de la República o del Imperio—. Tu chica está cuerda, lo sé. Entiendo que haya perdido los nervios, porque yo no sé cómo me pondría si me enterase del precio que le han puesto a mi cabeza. Poco a poco se recuperará—pienso con dolor que este no es el primer ataque de ansiedad que tiene.

—¿La vais a retener aquí? —Astrid niega mientras fuma. Se acerca a una mesa para dejar la ceniza en el cenicero.

—No. Ella puede elegir lo que quiera. Quedarse aquí es lo más seguro, pero es libre de elegir—eso es cierto—. Recuerda que los que están en guerra son los tuyos contra los suyos. Tendríais que mataros entre vosotros. Nosotros no hemos intervenido en ningún momento—no están en la guerra.

No confíes en nadie de aquí. ¿Por qué Rider me advertiría? Quizá porque no sé de lo que son capaces por su causa. Y si un rebelde de Nápoles insinúa que no puedo fiarme de ellos, puede que sean más capaces que los propios rebeldes a destruirlo todo por un objetivo. Un rebelde de Nápoles, de los que reventaron la ciudad, me pide que no me fíe.

Eso es porque quizá son peores.

—Nosotros no la tocaremos. No podemos hacerlo sabiendo que es una joya tanto para el país como para la Revolución. Los rebeldes son mis socios—me dice ella y no me gusta nada que trate a Alexia como un objeto. Ese que puede favorecerla con su influencia o con una larga búsqueda que puede aumentar la recompensa.

Si Astrid vende a Alexia, la mataré. No me importa que ahora mismo sea mi aliada. No parece que quiera hacerlo pero... No confíes en nadie de aquí.

—Hemos borrado los datos asociados al ladrón—me dice ella—. Lo pondrán otra vez. Y otra vez lo borraremos.

—No olvidarán su rostro—hablo con calma—. No lo harán y mucho menos cuando ofrecen esa suma por ella—sabe que tengo la razón—. Nadie se olvidará de una cara si te dicen que por ella van a darte un millón y medio de billetes, dinero suficiente como para pagar una visa legal.

La Muerte de la Revolución (#LMDLR1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora