34. ALEXIA

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Son las cinco de la mañana. Ni siquiera ha salido el sol.

El cielo comienza a clarear, pero no hay rastro del sol. Hace un día estupendo. Hay una suave y fresca brisa mañanera que nos acompaña y no hay rastro de nubes en el cielo.

Hoy es el día: nos vamos a Roma.

Los aviones en medio de un conflicto no son de lo que más me entusiasma, de hecho lo odio. Nunca he viajado en avión. Es de las pocas cosas en las que nunca me he subido. Eso de volar me desconcierta. No entiendo cómo algo tan pesado puede llegar a aguantarse a miles de metros de altura. Patrick nos ha asegurado de que tenemos cazas que nos cubrirán, a nuestro avión militar mucho más duro de roer. De todos modos yo no soy la única con algo de miedo.

Ayudo a Careg y a unos cuantos más a cargar el avión con todas las mochilas y demás equipajes, además de armas. Yo en mi mochila grande llevo lo justo y necesario: ropa, mi neceser y un arsenal enorme de cuchillos junto a recargas de pistolas. Las armas que llevo sobre mi cuerpo son dos pistolas en mi cadera, tres cuchillos en mi costado y una navaja suiza. Y entre todo ese caos está guardada una foto de Pete en mi sujetador. Está desgastada, doblada y arrugada, pero no me importa. No pienso perder esta foto, aunque ese no sea el mejor sitio para guardar algo así. Mis sentimientos aparecen si hablo de Pete.

Esta foto es una que le saqué con una cámara antigua hace dos años en una feria popular de Atenas. Me lo llevé a aquella feria porque siempre miraba esas cosas con mucha ilusión y porque era una de esas tantas treguas que solían terminar mal. Decidí que podíamos celebrar en esa feria su cumpleaños aunque ya hubiese pasado, que solo era una vez la que yo iba a malgastar unas monedas robadas. Pero su sonrisa lo valía todo. Es un niño y merece divertirse, aislarse en su mundo imaginario dentro de su cabeza. Lo valió todo.

Era en aquellos días que estaba saliendo con Lysander. Un chico muy agradable que me daba lo que yo le pidiera, siempre con ciertos límites. No podía pedirle que me llevase al Imperio porque él estaba muy arraigado al Ejército, me acusaría de alta traición. Algo que es lógico. Yo solo me hacía la niña buena que no sabía nada, la que nunca había roto un plato.

Al principio me negaba a todo lo que me ofrecía, porque yo ya sabía que me insistiría. No tenía que hacerme demasiado la difícil. Así que quedaba bien y encima tenía lo que necesitaba.

Ahora es Pete el que está al otro lado de la frontera. Pronto le veré. Lo sé.

Julian también está colocando unas cuantas cosas. Una compañera de unos cuantos años más mayor con nosotros le acaba de pasar una mochila. La función de Julian es hacer que la cadena fluya. Se ha quejado de la hora como todos, pero Patrick ya ha empezado a decir su frase tan famosa de que a quién madruga, Dios le ayuda.

El novio de Rose se marchó ayer por la mañana a Roma en un furgón de camuflaje que me suplicó que no revelase. De allí lo llevarían hasta Zaragoza, donde existe una antigua base militar y de allí, volará hasta Roma.

Roma siempre parecerá bonita pase lo que pase, es como un museo al aire libre totalmente gratuito para los amantes del arte. Aunque dentro de poco no quedará mucho en pie si la guerra se libra allí.

El centro de Roma es una fortaleza del Ejército de la República y todos los cargos del gobierno, inexpugnable. Evidentemente, Roma es de las pocas cosas en este país que permanece en perfecto estado. Hay mil monumentos mimados por los más selectos con el arte, que también son los que tienen más dinero, monumentos de cualquier época. Además de ser la capital de la República del Sur de Europa, Roma es conocida como la ciudad eterna.

Lleva en pie muchos años, miles, sin exagerar. El Coliseo está a punto de cumplir los dos mil años. Y sigue en pie resistiendo a cualquier guerra. Así con demás monumentos que siguen en pie a pesar de todo.

La Muerte de la Revolución (#LMDLR1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora