22. ALEXIA

176 1 0
                                    


Siempre pensé que, cuando rechazasen una invitación a mi cama, sería una broma de las buenas. Entonces me encuentro con Julian, de golpe. Le ofrezco tener sexo sin compromiso y él lo rechaza. Dice que se enamoraría de mí. Que el matrimonio no le importa, que eso no le interesa. Mierda.

Ese chico me gusta.

Me permito llegar a esa aceptación porque es lo único que puedo hacer.

Subo las escaleras, alegre, hasta la oficina de Patrick. Dejo de estar tan contenta cuando veo a Careg que sale de allí hecho una furia. Nos miramos cara a cara, pero él no me dice nada. Ni siquiera me saluda. Seguro que es por el cabreo. Lo conozco bastante como para saber que se trata de eso.

Careg cabreado es insoportable.

Entro en el despacho y veo a Patrick con el rostro relajándose de la furia cuando me ve.

—Oh, Alexia, preciosa, no esperaba tu visita—me dice Patrick, más tranquilo—. Toma asiento, haz el favor—obedezco—. ¿Qué pasa? Pareces contenta y eso significa buenas noticias, tú nunca me fallas. ¿Cuáles son las buenas noticias? —me conoce demasiado bien.

Más de lo que muchas personas quisieran. Quizá más de lo que me gustaría.

Me apoyo contra la mesa.

—Prepara tu mejor champán, la mejor reserva de vinos que tengas y los fuegos artificiales, junto al mejor sitio de la ciudad para celebrar lo que se viene—los rastros del disgusto que habría tenido con Careg se reducen hasta que en su rostro se asoma una buena sonrisa.

Una sonrisa sincera que se deforma por culpa de la cicatriz de su rostro.

—Caray hija, ¿es tan bueno como me lo pintas? —saca un cigarro y me lo tiende una vez lo ha prendido.

Nunca los rechazo. Los de Patrick valen caros, así que es casi un honor que te los ofrezca. Tabaco de Colombia. A Patrick le encantan los productos de allí, sobre todo el café. No es nada fácil importar en un país donde te matan si te marchas.

—Sí—respiro hondo—. Sé con certeza dónde está la Ciudadela de Santander y vamos a ser nosotros quienes la asaltemos. Dos pelotones, una es una brigada de tierra, es buena, pero son pocos. Deben de ser cinco o cuatro. Hay mucha seguridad, pero lo tenemos todo a nuestro favor—Patrick asiente.

Me tiende unas cuantas hojas guardas, hechas para las estrategias. Me pide que haga un dibujo esquemático no que sea del edificio tal y como lo vi.

Desde pequeña me gustó el dibujo, es algo... Como una terapia. Era la única cosa que nunca dejé de hacer a pesar de que nunca gané dinero. Patrick ha conseguido libretas y blocs de dibujo para mí, que oculto debajo de mi cama. Dentro de ellas hay dibujos, pinturas que exteriorizan todo lo que me he callado. Lo dejé cuando empecé a matar y no porque no me diese dinero, sino porque no tenía tiempo. Pero siempre había un momento en el que me apetecía. Ahora he vuelto, pero no con todas, solo me lo puedo permitir y me distrae. Pero lo cierto es que no es común.

La Ciudadela de Santander está en pleno corazón de la ciudad, en el casco viejo, un edificio que parece una ruina sin más. Patrick mira el esbozo con atención mientras fuma y murmura que conoce el edificio, que sabe dónde está. Nadie daba nada por él, así que es casi gracioso que se oculten allí. Le dibujo las cajas de pulsos, lo que Patrick valora mucho. Reconozco que el dibujo se parece, pero no tiene demasiado detalle, para eso necesitaría tiempo y no lo hay.

Sé que hay trajes del Ejército por ahí tirados, desaliñados, solo por si son necesarios. Patrick apoya mi decisión para que alguien se cuele y apague las cajas de pulsos, y después atacar de manera que rodeemos el edificio. Sugiere la idea del infiltrado que nos abra las puertas y que anule la seguridad.

La Muerte de la Revolución (#LMDLR1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora