16. ALEXIA

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Me despierto en mi cama. Han pasado tres días después de la reunión. Estoy envuelta entre mis sábanas limpias y vestida solo con una camiseta que uso como pijama. Me la dieron cuando llegué aquí.

Debe de ser pronto.

Parece que el sol ya asoma por el este, pero no puedo dormir más. A veces, cuando sueño, recuerdo más de lo que me gustaría. La luz temprana del amanecer me ha despertado porque no he bajado las persianas. Odio tener que madrugar. Nunca me ha gustado, pero la vida en la calle hace que te acostumbres a despertarte cuando detectas la luz del sol. Es la costumbre al final. Y los recuerdos no me ayudan.

Sobre mi mesita de noche descansa una pulsera que mi madre me regaló en mi octavo cumpleaños. Fue un año antes de que muriera. Un año antes de que Pete naciera. Es un trozo de cuerda con unas cuantas decoraciones colgadas de la misma cuerda con nuditos. Ella decía que a veces lo más simple era lo más bonito. El collar con el símbolo rebelde descansa sobre mi esternón. No me lo suelo quitar. Es como el constante recordatorio.

Me pongo la pulsera y me levanto. Me estiro. La espalda me cruje levemente al hacerlo. Me cambio la ropa y me calzo. Apenas me peino, no me entretengo cuidando mi pelo, pero no lo tengo del todo mal. Me lavo los dientes. La higiene en una guerra es cuestión de vida o muerte. Una infección te puede matar, las medicinas escasean y son caras.

Salgo al pasillo con los cigarros y el mechero en la mano, pero no me olvido una pistola, que la llevo en la cintura del pantalón. Cierro la puerta con llave.

Suelo hacer esto cuando me levanto tan temprano, porque no puedo hacer otra cosa. A medida que subo los pasillos para ir a fumar a la terraza escucho música. Eso me llama la atención. Es la primera vez que me pasa.

¿A quién se le ocurre tocar algo a primera hora de la mañana?

Y lo que es más raro: música.

La música no suena en medio de una guerra. Sigo la melodía solo por pura curiosidad, que me lleva escaleras arriba hasta el desván. Es la última planta antes de la terraza. Viene de aquí. Abro la puerta, pero no se detiene. No se ha dado cuenta.

Me sorprende mucho ver quién es el que produce la melodía: Julian Bianchi.

Está sentado frente a un piano que Patrick dejó aquí, en el desván, porque nadie lo compraba. Sus dedos parecen bailar sobre las teclas. La melodía suena sencilla, pero sé que no lo es. No tengo ni idea de música, solo sé que es precioso. Que suena de otro mundo en el que no hay guerra.

La semana pasada era un soldado.

Un soldado al que le gusta la música.

El piano es negro, de cola, caro, demasiado caro, robado a una mujer de un soldado. Cuando nos vio se marchó corriendo, sabía lo que le esperaba. Maltrataba a chavales jóvenes de la calle. La abatieron a tiros. En esos tiempos yo no estaba con Patrick, que consideró que el piano valdría unos cuantos billetes. Pero, ¿quién compraría un piano en medio de una guerra? Porque el mercado de armas es el principal.

—Así que eres músico—Julian pega un salto.

La melodía se detiene, estruendosa. Julian se gira poco a poco y me mira. Parece que se alivia. Me llevo un cigarro a la boca y lo prendo. Cree que ha hecho algo malo, pero lo cierto es que es todo lo contrario.

—Joder... Menudo susto me has dado, Alexia—se calma un poco. En los entrenos he visto que es bueno. ¿Quién coño se espera que un soldado sepa tocar el piano? —. No... No soy músico. Pero me gustaría serlo algún día.

—¿Tenías planes de futuro como militar músico? —Julian se ríe un poco.

Se aparta hacia un lado de la banqueta y me hace un gesto para que me siente junto a él. No es lo mejor que debería hacer, pero sí es una ocasión para conocerlo mejor.

La Muerte de la Revolución (#LMDLR1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora