55. JULIAN

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En la sala donde solemos comer todos, veo a Careg mirando la televisión con cierto aire de frustración. Entonces se saca del bolsillo una pequeña caja metálica llena de pastillas. Saca dos y se las lleva a la boca, de distintas formas y colores. Se las traga con ayuda de un vaso de agua, con pocas ganas. Me mira cuando se da cuenta de que no comprendo por qué se está medicando. Careg me tira otro botecito que tenía en su chaqueta, supongo que para que deje de hacerme preguntas. Leo lo que pone en él.

Antidepresivos. Son populares entre las mujeres de las clases más altas. Incluso los he visto en mi propia casa. Mi madre tenía que tomarse esto cuando pasaba por malas rachas y mi padre pensaba que esto podría ayudarla. Pero no sé si las drogas podrían ser mejores.

—Son antidepresivos—me dice, aunque yo ya lo sé. Le devuelvo el botecito mientras parece que se toma un té relajante, a juzgar por la etiqueta de tila que tiene—. Es por lo de Kristine—Careg se está medicando con antidepresivos por mi culpa. Me quedo un poco helado. No sé cómo poder sobrevivir con la culpa, porque esto es solo un lazo que se enreda en mi garganta y que cada vez aprieta más—. Mi padre cree que esto es lo mejor para que no se me vaya la cabeza. Sirve para desconectar. Es como drogarse, pero sin drogas.

¿Cómo no puedo sentirme una mierda después de esto?

Está claro que no nos caemos bien, pero ahora que Kristine no está, Careg se medica con antidepresivos que no son ninguna nimiedad, son fuertes. Me sigue cayendo mal, pero incluso así me doy cuenta de que ya no es el mismo de siempre.

—¿Crees que te ayuda de verdad? Personalmente hablando—quiero despejarme.

—No como me gustaría—bebe un poco de infusión—. Esto no te ayuda. Solo te deja en un limbo en el que nada te importa. Y aunque todo es una mierda, cuando nada te importa, te da igual vivir entre la mierda. No pienso en lo que he visto, no me importa y eso me sirve—suspira cansado. No quiero ni mirarle—. ¿Cómo lo lleva Alexia? Apenas sale.

—Está mejor que antes—no puedo mentirle—. Ha hablado con Dalton y...—Careg me corta de golpe.

—¿Cómo que Dalton? —frunce el ceño. Yo asiento—. Ese es su hermano mayor, ¿no? —vuelvo a asentir—. ¿Y no estaba muerto?

—Huyó al Norte—le comento, muy por encima—. Alexia le dio por muerto. Siempre lo creyó. Iremos al Norte mientras lo de Alexia esté en el aire—asiente, asimilando toda la información—. Alexia tampoco lo cree.

—Yo me alegro por ella—parece sincero cuando lo dice—. Debe de ser duro enterarte de que está vivo después de tantos años creyendo que no, pero por fin le sale algo bien.

Alexia llega al comedor por el pasillo, aunque no suele hacerlo. Careg se levanta de su silla. Esconde las pastillas. Le da un fuerte abrazo y hablan bastante animados, parece que sobre Dalton. Parece que no le comenta nada de las pastillas. Si Alexia lo sabe, le resta la importancia que en realidad tienen. Actúa como si no hubiera nada. No me molesta que hablen, son amigos y tienen que hacerlo. Sé que a él le gusta Alexia. Pero puede intentarlo cien veces y ella no le haría ni el mínimo caso. Así que puede intentarlo las veces que quiera.

Solo me da miedo que Alexia se dé cuenta del desastre que soy, que soy esa opción que la destrozó. Y ella se ha quedado conmigo. Charlan animadamente entre ellos. Astrid se sienta delante de mí y me tiende un café con leche. Es de los que a mí me gusta, manchado, sin apenas café.

—Aquí tienes tu cortado largo de leche y corto de café—acepto la taza tras darle las gracias—. Son unos buenos días para ti, Bianchi—eso hace que la mire frunciendo el ceño.

La Muerte de la Revolución (#LMDLR1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora