8. JULIAN

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Alexia ha evitado con éxito que ella y todos sus compañeros se convirtieran en cenizas.

John está totalmente desquiciado, tanto por el polvo arruinado como por no haber completado la misión con éxito. No para de insultar a todos los rebeldes hasta que llegamos a la Ciudadela de Santander. Todavía sigo con la cabeza en una nube muy lejos de este mundo, pero puedo escuchar a Max pidiéndole a John que se calle.

—¿Por qué no cierras la puta boca? Esos cabrones siempre tienen suerte—habla Max con calma—Siempre acaban ardiendo.

El aliento le apesta a alcohol y tiene todo el cuello lleno de marcas del pintalabios que antes estaría sobre los labios de la rebelde con la que ha estado. Su aspecto es un desastre total: pelos de loco, camiseta desabrochada y arrugada junto a un pantalón manchado. Soy consciente de que mis pintas no son mejores.

—Tiene razón—actúo con normalidad—. Siempre suelen acabar así sus fiestas.

—¿Vais en serio? —John nos mira mal. Me da bastante igual que me mire así. Me da igual lo que este idiota opine sobre mí. Tres meses más y le pierdo de vista cuando volvamos a Roma—. Estáis borrachos como una cuba. Deberíamos haberles seguido y volar todo lo que tuvieran por los aires. ¿Y si se han ido a su refugio? Les podríamos haber seguido y así petábamos su dichoso nido—Max y yo no estamos por la labor de hacerle demasiado caso—. La resaca no os la va a quitar nadie.

—Qué quieres, sigo muy borracho—dice Max mientras pica el código secreto en la puerta. Le cuesta enfocar, pero consigue ponerlo bien. Menos mal, solo teníamos dos intentos y si fallábamos todo nos caería una buena descarga eléctrica—. Me voy a ir derechito a la cama. Manda huevos que en la misión donde peor acabo sea una fiesta rebelde. Saben montárselo, seguro que si nos motivaran así hace tres años que habríamos ganado la guerra.

En la Ciudadela nos reciben con cierto respeto y orgullo. Saben que vamos embriagados, pero creo que piensan que es porque nos han obligado a beber. Contamos lo que ha pasado y el oficial parece comprenderlo. Dice que es normal, que siempre suelen acabar las cosas en llamas en una fiesta rebelde. Se desmadran tanto que es raro que el local siga en pie al amanecer. Nos asegura que tendremos otra ocasión para atacarles.

Max y yo nos vamos directamente a la habitación que nos corresponde. Me asegura que está muy cansado y, cómo siempre, dice que se duchará mañana a primera hora, bueno, primera hora que es la tercera o cuarta para el resto del mundo. Se lava los dientes y la cara, se acuesta en la cama, solo en ropa interior. Sabe que está hecho una mierda.

Me ducho antes de que el olor se me quede pegado a la piel. Y mientras me dicho no puedo evitar pensar en la rebelde. El jabón huele a rosas y Alexia tiene una fragancia que tiene este mismo olor a rosas... Las rosas... Está viva y la deuda ha quedado saldada, pero soy muy consciente de que nunca podría matarla.

Hay algo en ella que me lo impediría.

Termino, me seco el cuerpo y yo por lo menos me pongo un pijama para ir directo a la cama. Max sigue en la misma posición en cómo lo he visto antes de que me metiera en la ducha. Me asusta cuando me habla porque pensaba que estaba dormido.

—Julian...—él empieza cauto—. ¿Lo has visto, verdad?

—La pregunta no es si yo lo he visto, sino cuántos lo han visto—él cambia de posición y se queda sentado en la cama. Se levanta, va al baño y entonces escucho que empieza a vomitar. Me estiro en la cama. Vuelvo a hablarle cuando se enjuaga la boca—. Ya nos lo dijiste, no ibas a negar la oportunidad—escucho el ruido del grifo y de la cadena—. Oye, ¿te preocupa lo que pensemos?

La Muerte de la Revolución (#LMDLR1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora