31. JULIAN

122 1 0
                                    


Cuando Alexia se marcha sin mirar atrás solo porque le pedí que me dejara solo, ni siquiera me imaginé el lugar en el que me había quedado. El sitio donde había ido con el cuerpo de Kim entre mis brazos, demasiado hundido por todo lo que me ha pasado hoy.

No estoy enfadado con Alexia. Debería estarlo. Debería odiarla. Pero no es así. Me estoy enamorando sin ni siquiera haberla tocado. Supongo que tengo que quererla si a pesar de lo de hoy no soy capaz de poder odiarla. Quizá solo sea un capricho, pero no sé cuáles son los límites de un capricho.

Miro hacia la tierra recién puesta sobre el cuerpo de Kim. Pienso que esto tendría que darme la suficiente rabia como para odiar a Alexia. Y ni con esas. Es única.

Pero nunca podría quererme.

Y aunque lo sé todo, ni con estas soy capaz de odiarla.

Estoy sentado en una de las colinas que rodean la ciudad de Santander, al lado de un almacén de los rebeldes. Tengo sangre seca en mis manos y en mi ropa. Veo los barcos que zarpan del muelle. Desde aquí puedo ver el lugar donde estaba la Ciudadela. Como para no verlo... Porque todavía sale el humo de ella.

El panel de comunicaciones de la Ciudadela está en una especie de búnker subterráneo con una seguridad de un nivel excepcional. Debe de seguir intacto, además que a los rebeldes no les debe interesar esa parte. Si no saben que existe, mejor. Necesito comunicar a los altos cargos de Roma lo que mi brigada no sé si ha conseguido mandar. Necesito seguir vivo y que no arrasen Santander hasta que nos vayamos el viernes.

Corro hacia el lugar, con la capucha manchada de sangre y asegurándome de que sea complicado de reconocer. He tenido un fuerte susto porque me reconocieron y sé que no fue Alexia quien me vio. Fue Careg. Así que no me puedo permitir eso de nuevo, porque dos acusaciones de lo mismo huelen demasiado mal.

No soy un traidor y nadie puede pensar eso de mí.

Necesito informarles de que he tomado un nuevo rumbo y explicarles por qué ha pasado esto, qué pinta la necesaria caída de la Ciudadela de Santander y por qué supone un favor para nosotros. Todo forma parte de un plan macabro. Estoy loco si abandonase ahora a los míos. Seguro que ellos creen que ha sido así y no saben la verdad.

Nunca traicionaría a la República del Sur de Europa y no pueden acusarme de ello.

**

La Ciudadela está tal y como la dejé a primera hora de la mañana tras recoger a Charline. Hoy es un día completo, lleno de emociones al parecer. Hay días en los que no pasa nada y hoy ha sido demasiado. Bajo al sótano donde deben de estar todos los paneles de seguridad en perfecto estado, ocultos. Hay una clave que te hacen memorizar.

En la Academia se utilizan estimulantes para fortalecer la memoria y es algo que toman muchos estudiantes. No es muy legal, pero no hay un castigo por el uso de estos. El castigo ocurre cuando saben que los usas y aun así fallas. No tengo una mala memoria, pero yo no quise drogarme con nada. Tampoco eran castigos agradables, por la pura advertencia.

Después de la clave hay un reconocimiento dactilar. El tercero es un reconocimiento ocular que usa una luz para poder dilatar la pupila. Esto es necesario para demostrar que estás vivo y que no están utilizándote contra tu voluntad. Cuando la máquina logra reconocerme me alivio. Esto quiere decir que sigo en el sistema, que puede que el mensaje llegase a Roma con éxito. Seguir en el sistema es mi colchón de seguridad.

Si me acusaran de traición lo primero que hubiesen hecho hubiese sido sacarme sin pensárselo ni dos veces. Es una de las advertencias que el Ejército lanza antes de poner una orden de búsqueda. Si no estás en el sistema es porque lo has traicionado.

La Muerte de la Revolución (#LMDLR1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora