Capítulo 27 - Rival amorosa.

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—Bienvenida sea a la propiedad Baird, lady Drummond—saludó con una reverencia el mayordomo en la entrada de la mansión. Owen alzó la mirada para admirar el edificio que se extendía frente a él: la residencia de los Baird era algo más pequeña que el ducado, y por supuesto, no se podía comparar con el palacio real, pero había algo allí... una extraña sensación de calidez y comodidad que no había sentido en los hogares de otros nobles. Era algo acogedor.

—¡D-disculpe nuestra tardanza...!—gritó una voz que provenía del interior de la mansión. Por sus puertas surgieron dos individuos, que hicieron una apurada reverencia con una expresión preocupada. Era una señora de mediana edad, que lucía un hermoso collar de perlas, junto a un señor de su misma edad, al que le temblaba la barbilla por el nerviosismo.

—¡Bienvenida, lady Drummond! Es un honor que visite nuestra humilde morada—saludaron los dos a la vez.

—Buenos días... Emm, ¿podría llamarles Señor y Señora Baird?—Owen no estaba seguro de qué tipo de título ostentaban. ¿Eran condeses, marqueses, o simplemente aristócratas? En las clases de etiqueta, esa vieja insoportable de Waleska siempre decía que al conocer a otro noble era importante tener en cuenta su rango; si su título era superior, había que tratarlo como un rey, pero si era inferior, podías hacer lo que quisieras. ...Pura mierda de nobles.

—¡Por supuesto!—sonrieron los dos. Inmediatamente agradecieron de nuevo su presencia, y lamentaban que hubiese tenido que soportar un viaje tan largo. Se disculparon otras mil veces por su tardanza.

—Venga por aquí, lady Drummond. Ya lleva mucho tiempo esperando de pie ahí fuera, ¿no es así?—prácticamente le arrastraron hacia el interior de la residencia, y Owen volvió la mirada para comprobar que Elián los estaba siguiendo.

Al igual que todos los sirvientes del ducado, Elián había estado ocupado con mucho trabajo. Incluso la semana anterior, el día después de la visita de los amigos del duque, se atisbaban ciertos indicios de cansancio en su rostro, y eso era lo más extraño; ¿cuándo había mostrado signos de cansancio un mayordomo tan perfecto como él, tan impecable y diligente? Nunca. E, incluso varios días después de eso, seguía pareciendo agotado y algo distraído. Parecía tener la cabeza en otra parte.

Durante todo el viaje en carruaje, Owen había mantenido una larga conversación (o monólogo), y Elián no había intervenido ni una sola vez. Era habitual que le ignorase, pero definitivamente había algo distinto esta vez.

El interior de la mansión no era particularmente espectacular, pero le dejó una gran impresión. Las paredes y muebles no eran blancos, no había cuadros de reyes o esculturas por todas partes. Las escaleras no eran de mármol. Las cortinas de las ventanas estaban abiertas, y todo estaba bien iluminado. Todos esos detalles que el ducado o el palacio tenían no se veían por ninguna parte, y eso era agradable.

La mansión, aunque era mucho más grande que su pequeña casa en medio del campo, tampoco era parecida al palacio. Era lo más familiar y común que había visto desde que comenzó esa puta maldición.

—Parece que Eliette está ocupada—comentó la señora Baird—¿qué tal si descansa en la salta de estar mientras tanto?—.

Justo en ese momento, la joven y única hija de la familia Baird bajó apresuradamente las escaleras. Aunque su flequillo cubría la mitad de su cara tal y como lo recordaba, había elegido un vestido formal y se había preparado adecuadamente para la ocasión. Estaba tan nerviosa como sus padres, e hizo una reverencia torpe a la par que saludaba.

—D-disculpe mi ausencia, señorita Drummond. E-estaba preparando algunas cosas para nuestro encuentro...—tartamudeó. Su voz era tan baja como un susurro—...Aprecio mucho que haya aceptado mi invitación. ¿D-deberíamos sentarnos a tomar el té?—le guió hacia las escaleras, y subió los escalones como si sus piernas no tuviesen articulaciones.

La luna es una acosadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora