Capítulo 11 - Pensar con claridad.

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Elián retiró rápidamente su posición ofensiva y se alejó de la señorita, volviendo a su postura recta y diligente de siempre. Mientras que los pasos que parecían pertenecer a más de una persona se acercaban, adquirió una actitud serena, como si solo estuviese velando el sueño tranquilo de su ama.

En las paredes del pasillo, cuando pasaron por delante de la lámpara, se delataron dos sombras masculinas. Cuando Elián pudo percibir quién era el primero, irguió aún más su espalda, y secó con un movimiento de manga una gota de sudor de su cara.

¿Qué hacía el príncipe heredero ahí? ¿No debía de estar en el banquete en ese momento?

Pronto, su vista aguda cayó en el segundo, que resultó ser uno de los guardias que habían estado acompañando al príncipe durante la velada. Parecía que lo acompañaba por la simple razón de que no debía de ir solo a ningún sitio, pero le llamó la atención la espada delgada que portaba. Aunque estaba enfundada y sujeta a su cintura, el sentido de la culpabilidad y su restante cordura le alteraron aún más.

Cuando la imponente figura real pasó por delante de la habitación y vio la puerta abierta, no supo qué hacer. Por visitas previas al ducado, sabía que ese era el cuarto de la señorita de la casa, pero le parecía de mala educación irrumpir sin su permiso. En esa habitación tan oscura como el vacío, en la que apenas se podían distinguir los muebles más cercanos a la entrada.

¿Podía Lady Vivienne estar dentro y haber olvidado cerrar la puerta? ¿Podía estar durmiendo en medio de la densa negrura?

Un golpeteo suave sobre la puerta llamó la atención de Elián, sin mover ni un músculo. Desde su ángulo y por la luz proyectaba podía vislumbrar a los dos visitantes, expectantes de una respuesta o algún permiso. Sin embargo, parecía que ellos no podían verlo a él. Antes de ejecutar su próximo movimiento en la tensión nocturna y el silencio que había producido la señorita desde que dejó de roncar, examinó la expresión del príncipe Leonardo, tan ilegible como la suya propia.

¿Qué estaba pasando por la cabeza de ese miembro de la realeza? ¿Qué intención ocultaba su rostro serio que congelaba el ambiente? ¿Acaso quería entrar en el cuarto para asegurarse de lo que podía haber visto, un posible intento de asesinato?

Elián, antes de formular todas sus preguntas, encontró una posible respuesta: de la mano izquierda del príncipe colgaban dos preciosos zapatos de color blanco, decorados con algunas piezas de pedrería. Aunque no encontró la exacta razón detrás de la posesión del calzado de la señorita, supuso que había venido por ello, y puso en marcha su movimiento. Se movió en silencio hasta la puerta, y se presentó delante de las narices del príncipe, que se llevó un buen susto.

—¿Usted es...

—Soy Elián Pendleton, mayordomo de la señorita Drummond. ¿Necesita algo a estas horas de la noche, alteza?— preguntó Elián con una reverencia.

—Sí... Había venido a devolverle esto a Lady Drummond—todavía algo sobresaltado por la emergente figura de la oscuridad, le entregó cuidadosamente los zapatos, como si fueran de cristal.

—Se los haré llegar—respondió secamente el mayordomo. Esperaba que el príncipe se fuera inmediatamente pero, por alguna razón, seguía ahí de pie.

—¿Alteza?— parece que sacó de sus pensamientos al perdido Leonardo, concentrado en algún asunto que no podía adivinar.

—Ah, siento haber irrumpido a esta hora el sueño de Lady Drummond. Y ahora, si me disculpa, volveré al banquete—. Lo vio marcharse más apresuradamente que cuando llegó, seguido por su fiel guardia.

La luna es una acosadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora