El cuero largo y fino del látigo serpenteó furiosamente contra la espalda del hombre, ya entrecruzada de marcas húmedas. La víctima gritaba a todo pulmón a cada golpe y retorcía frenéticamente las manos, atadas a un poste por cordones de cuero trenzado. Brad miró a Samuel, quien hizo una seca señal afirmativa. No tenía afecto a los castigos. Menos aún, respeto por los gritos afeminados del prisionero.
Brad cortó las ataduras y el hombre cayó sobre la hierba. Nadie hizo ademán de auxiliarlo.
-¿Lo dejo? –Preguntó Brad.
Samuel miró hacia el castillo, al otro lado de un valle estrecho. Había tardado dos semanas en encontrar a Yeray. El astuto hombrecillo parecía más interesado en jugar al gato y al ratón que en conseguir lo que deseaba.
Desde hacía una semana, Samuel estaba acampado ante las murallas, elaborando el ataque. Desde los muros había lanzado sus desafíos contra los guardias apostados ante el portón, pero nadie le prestaba atención. Empero, aun mientras él vociferaba, cuatro de sus hombres excavaban silenciosamente bajo las antiguas murallas. Pero los cimientos eran anchos y profundos. Tardarían mucho tiempo en penetrar y Samuel temía que Yeray se cansara de esperar su rendición; en ese caso podía matar a Beatriz.
Como si no tuviera suficientes problemas, uno de sus hombres, esa bestia gimoteante acurrucada a sus pies, había decidido que, puesto que era caballero de un García, bien podía considerarse un poco Dios. Por lo tanto, Humphrey Bohun había cabalgado durante la noche hasta la aldea más próxima para violar a una muchacha de catorce años, hija de un comerciante; después de lo cual volvió al campamento con aire triunfal. Lo desconcertó la ira de Lord Samuel, enterado por el padre de la muchacha.
-No me importa lo que hagas con él, pero, asegúrate de que yo no lo vea durante un buen rato –Samuel tomó los gruesos guantes de cuero, que le pendían del cinturón– Envíame a Odo.
-¿A Odo? –La cara de Brad tomó una expresión dura– ¿No estará mi señor pensando otra vez en viajar a Escocia?
-Es preciso. Ya lo hemos discutido, Brad. No cuento con hombres suficientes para declarar un ataque a fondo contra el castillo. ¡Míralo! Parece que fuera a derrumbarse ante una buena ráfaga de viento, pero juro que los normandos sabían construir fortalezas. Creo que está hecho de roca fundida. Para entrar antes de fin de año necesito la ayuda de Nano.
-En ese caso, deje que yo vaya por él.
-¿Cuánto hace que no vas a Escocia? Yo tengo alguna idea de dónde encontrar a mi hermano. Mañana por la mañana iré en su busca con cuatro hombres.
-Necesitarán más protección de la que pueden darle sólo cuatro hombres.
-Cuantos menos seamos, más rápido viajaremos –dijo Samuel– No puedo dividir a mis hombres. He dejado ya la mitad con Carla. Si me voy llevando a la mitad del resto, tú quedarás demasiado desprotegido. Sólo cabe confiar en que Yeray no note mi ausencia.
Brad reconoció que Lord Samuel tenía razón, pero no le gustaba que su amo partiera sin una buena custodia. De cualquier modo, sabía muy bien que de nada servía discutir con aquel hombre tan testarudo.
El hombre tendido a sus pies emitió un gruñido, llamando la atención.
-¡Quítalo de mi vista! –Ordenó Samuel. Y se dirigió a grandes zancadas hacia sus hombres, que estaban construyendo una catapulta.
Brad, sin pensarlo, pasó un fuerte brazo bajo los hombros del caballero y lo levantó.
-¡Y todo por culpa de esa pequeña buscona! –Siseó el hombre, espumeando por las comisuras de la boca.
ESTÁS LEYENDO
La Fuerza del Amor (Adaptada)
Historical FictionToda Inglaterra se regocijó con la boda de ambos, pero Carla Rosón juró que su esposo sólo la tendría por la fuerza. Ante el florido altar, el primer contacto entre ambos encendió en ellos una pasión ardiente. Samuel García miró al fondo de aquellos...