Carla estaba sentada junto a una ventana del salón grande, en silencio; lucía una enagua gris claro y un vestido de lana flamenca, de color rosa oscuro. Se ponía ya el sol, por lo que el salón se oscurecía de segundo en segundo. Empezaba a perder algo del miedo que la había invadido esa mañana después de hablar con Salsero. Echó una mirada al sol poniente con gratitud. Sólo faltaba un día para que volviera Nano y lo arreglara todo.
No había visto a Yeray desde la cena. Él la había invitado a pasear a caballo, pero después no se había presentado para llevarla. Carla supuso que algún problema del castillo lo mantenía ocupado. Comenzó a preocuparse cuando cayó la tarde y los Sirvientes pusieron las mesas para cenar. Ni Lobo ni Yeray habían aparecido. La muchacha envió a Joan para que averiguara lo posible. Fue muy poco.
-La puerta de Lord Yeray permanece herméticamente cerrada y bajo custodia. Los hombres no responden a ninguna pregunta, aunque he usado toda mi persuasión.
¡Algo estaba mal! Carla lo comprendió cuando, después de retirarse con Joan en su alcoba, oyó que alguien corría el cerrojo por fuera. Ninguna de las dos durmió gran cosa. Por la mañana, Carla vistió un severo traje de lana parda, sin adornos ni joyas. Aguardó en silencio. Por fin se descorrió el cerrojo y entró audazmente un hombre vestido con cota de malla, como para el combate.
-Sígame –fue cuanto dijo.
Cuando Joan trató de acompañar a su ama, recibió un empujón que la devolvió al cuarto. El cerrojo volvió a sonar. El guardia condujo a Carla hasta la alcoba de Yeray. Lo primero que la muchacha vio al abrirse la puerta fue lo que restaba de Salomón, encadenado a la pared. Apartó la vista con el estómago revuelto.
-No es un bello espectáculo, ¿verdad, mi dama? –Carla levantó la vista. Yeray descansaba en una silla acolchada. Sus ojos irritados y su actitud demostraban que estaba muy ebrio. Hablaba con cierta gangosidad.
-Claro, que no eres una verdadera dama, según he descubierto –Yeray se levantó y se mantuvo quieto un instante, como para recobrar el equilibrio. Después se acercó a la mesa para servirse más vino.
-Las damas son sinceras y buenas. Pero tú, dulce belleza, eres una ramera.
Caminó hacia Carla, que permanecía muy quieta. No hallaba por dónde huir. Él la sujetó por la cabellera, echándole la cabeza hacia atrás.
-Ahora lo sé todo –giró la cabeza de Carla para obligarla a mirar aquellos restos ensangrentados– échale un buen vistazo. Me dijo muchas cosas antes de morir. Sé que me crees estúpido, pero no lo soy tanto que no pueda manejar a una mujer –la forzó a mirarlo– has hecho todo esto por tu esposo, ¿verdad? Has venido a buscarlo. Dime, ¿hasta dónde habrías llegado para salvarlo?
-Habría hecho cualquier cosa –respondió ella con serenidad. Él sonrió y la apartó de un empujón.
-¿Tanto lo amas?
-No es cuestión de amor. Es mi esposo.
-Pero yo te he dado más de lo que él podría ofrecerte –acusó él con lágrimas en los ojos– toda Inglaterra sabe que Samuel García se muere por Marina Nunier –Carla no tenía respuesta que dar. Los finos labios del castellano se torcieron en una mueca– No seguiré tratando de hacerte entrar en razones. Ya ha pasado sobradamente la oportunidad –fue a la puerta y la abrió– retira esta bazofia y arrójala a los cerdos. Cuando hayas terminado con él, trae a Lord Samuel y encadénalo en el mismo lugar.
-¡No! –Gritó Carla, corriendo hacia Yeray para apoyarle las manos en el brazo– por favor, no le hagas más daño. Haré lo que tú digas –él cerró de un portazo.
-Sí, harás lo que yo diga, y lo harás delante de ese marido por el que te prostituyes.
-¡No! –Susurró ella.
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La Fuerza del Amor (Adaptada)
Ficção HistóricaToda Inglaterra se regocijó con la boda de ambos, pero Carla Rosón juró que su esposo sólo la tendría por la fuerza. Ante el florido altar, el primer contacto entre ambos encendió en ellos una pasión ardiente. Samuel García miró al fondo de aquellos...