Capítulo 25

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Carla continuó caminando hacia los establos, aunque no tenía idea de hacia a dónde iba. Su mente sólo estaba alerta al hecho de que Marina era viuda.

-Carla –la rubia levantó la vista y logró sonreír a su madre.

-¿Vas a participar hoy en la cacería?

-Sí –respondió ella, habiendo perdido el júbilo.

-¿Qué te pasa?

La muchacha trató de sonreír.

-Que voy a perder a mi madre, nada más. ¿,Sabes que Samuel ha dado autorización para que te cases con Brad?

Beatriz clavó la mirada en su hija, sin responder ni sonreír. Poco a poco fue perdiendo el color y cayó en los brazos de su hija.

-¡Socorro! –Logró exclamar la muchacha.

Un joven alto, que estaba a poca distancia, corrió hacia ellas y levantó al instante a Beatriz.

-A los establos –indicó Carla– donde no le dé el sol.

Una vez a la sombra, Beatriz empezó a recuperarse casi de inmediato.

-¿Estás bien, madre?

Beatriz echó una mirada significativa al joven, quien comprendió.

-Las dejaré solas –dijo y se alejó antes de que la muchacha pudiera darle las gracias.

-Yo... no sabía –empezó Beatriz– es decir, ignoraba que Lord Samuel estuviera enterado de mi amor por Brad.

Carla contuvo una carcajada.

-Yo le pedí autorización hace algún tiempo, pero él quería consultar con el rey. La vuestra será una boda poco habitual.

-Y muy pronta –murmuró la madre.

-¿Muy pronta? ¡Madre!

Beatriz sonrió como el niño sorprendido en una travesura.

-Es cierto. Voy a tener un hijo de él.

Carla cayó en un montón de heno.

-¿Daremos a luz al mismo tiempo? –Preguntó, asombrada.

-Casi.

Carla se echó a reír.

-Habrá que disponerlo todo cuanto antes, para que el bebé tenga derecho a un apellido.

-¡Nikki! –Al levantar la vista, la muchacha vio que Samuel se les acercaba– un hombre ha dicho que tu madre se encontraba mal.

Ella se levantó para tomarlo del brazo.

-Ven. Tenemos que hablar.

Momentos después Samuel meneaba la cabeza, incrédulo.

-¡Pensar que yo tenía a Brad por un hombre sensato!

-Está enamorado. Hombres y mujeres hacen cosas insensatas cuando están enamorados.

Samuel la miró a los ojos. El oro brillaba como nunca a la luz del sol.

-Demasiado bien lo sé.

-¿Por qué no me has dicho que ella era viuda? –Preguntó ella en voz baja.

-¿Quién? –Preguntó Samuel francamente desconcertado.

-¡Marina! ¿Quién, si no?

Él se encogió de hombros.

-No se me ocurrió decírtelo –y sonrió– cuando estás cerca de mí tengo otras ideas.

-¿Tratas de cambiar de tema?

La Fuerza del Amor (Adaptada)  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora