Carla soñaba. Sentía el cuerpo acalorado y dolorido; le costaba concentrarse en lo que estaba ocurriendo. Allí estaba Samuel, sonriéndole, pero su sonrisa era falsa. Detrás de él, los ojos de Marina Chartworth relumbraban triunfalmente.
-He ganado –susurró la mujer– ¡he ganado!
Carla despertó poco a poco. Surgió del sueño con nerviosismo, pues le parecía tan real como el dolor del cuerpo. Se sentía como si hubiera dormido durante varios días en una tabla. Movió la cabeza a un lado.
Samuel dormía en una silla, junto a la cama. Aún dormido se lo veía tenso, como dispuesto a levantarse de un salto. Estaba ojeroso y los pómulos le sobresalían bajo la piel. Su barba mostraba un crecimiento de varios días.
Carla lo miró por varios segundos, intrigada, preguntándose por qué su marido estaba tan demacrado y por qué le dolía tanto el cuerpo. Movió la mano bajo las mantas para tocarse el vientre. Ya no estaba duro ni levemente redondeado, sino hundido y blando. ¡Y qué horriblemente vacío! Entonces lo recordó todo. Recordó a Samuel acostado con Marina, aunque había dicho que ya no la quería. La rubia había empezado a creerle, a soñar un buen futuro para ambos, en la felicidad que tendrían cuando naciera el niño.
¡Qué necia había sido!
-Carla –murmuró Samuel con voz extrañamente ronca. Se sentó en el borde de la cama y le tocó la frente– la fiebre ha pasado –dijo con alivio– ¿cómo te sientes?
-No me toques –susurró ella– aléjate de mí.
Samuel asintió, con los labios reducidos a una línea dura. Antes de que ninguno de ellos pudiera hablar, se abrió la puerta, dando paso a Nano. La expresión preocupada de su cara dejó sitio a una amplia sonrisa al encontrarla despierta. Se acercó a paso rápido por el lado opuesto de la cama.
-Mi dulce hermanita –murmuró– teníamos miedo de perderte –y le tocó el cuello con suavidad.
Ante la aparición de un rostro familiar y amado, Carla sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Nano frunció el entrecejo y miró a su hermano, pero este sacudió la cabeza.
-Vamos, tesoro –dijo él, abrazando a la muchacha– no llores.
-¿Era varón? –Susurró ella.
Nano se limitó a asentir con la cabeza.
-¡Lo he perdido! –Gritó ella, desesperada– ni siquiera ha tenido la oportunidad de vivir y lo he perdido. Oh, Nano, tanto como deseaba yo a ese niño. Habría sido bueno, amable y bellísimo.
-Sí –concordó Nano– alto y moreno como el padre.
Los sollozos eran desgarradores.
-¡Sí! Cuando menos mi padre tenía razón con respecto a los varones. ¡Pero ha muerto!
Nano miró a su hermano. Era difícil determinar quién era el más desesperado, si Carla o él. Samuel nunca había visto llorar a su esposa. Ella le había demostrado hostilidad, pasión, humor... pero nunca aquel horrible dolor. El hecho de que no lo compartiera con él le inspiró una profunda tristeza.
-Carla –dijo su hermano– tienes que descansar. Has estado muy grave.
-¿Cuánto hace que estoy enferma?
-Tres días. La fiebre ha estado a punto de llevarte.
Ella sollozó. De pronto se apartó de él.
-¡Nano, tú debías ponerte en viaje! Llegarás tarde a tu propia boda.
Él asintió con aire sombrío.
-Tenía que casarme esta mañana.
-Y la has abandonado ante el altar.
ESTÁS LEYENDO
La Fuerza del Amor (Adaptada)
Historical FictionToda Inglaterra se regocijó con la boda de ambos, pero Carla Rosón juró que su esposo sólo la tendría por la fuerza. Ante el florido altar, el primer contacto entre ambos encendió en ellos una pasión ardiente. Samuel García miró al fondo de aquellos...