Carla estaba arrodillada en la rosaleda, con el regazo lleno de pimpollos. Hacía ya un mes que Samuel se había ido y diez días que no se tenían noticias de él. No pasaba un momento sin que ella mirara por alguna ventana o por la puerta, por si llegaba algún mensajero. Vacilaba entre el deseo de verlo y el temor de que retornara. Él ejercía demasiado poder sobre ella, tal como lo había demostrado en la última noche. Sin embargo, ella sabía bien que Samuel no experimentaba la misma ambigüedad en sus sentimientos hacia ella. Para él solo existía Marina. Su esposa era sólo un juguete que podía usar cuando necesitaba divertirse.
Oyó un entrechocar de armas: unos hombres estaban cruzando el doble portón que separaba el recinto interior del exterior. Se levantó deprisa, dejando caer las rosas a sus pies, y recogió sus faldas para echar a correr. Samuel no venía entre ellos. Dejó escapar el aliento que contenía y soltó sus faldas, caminando con más calma. Brad, a lomos de su caballo de combate, parecía mucho más viejo que al partir algunas semanas antes. Tenía los ojos hundidos y círculos oscuros bajo ellos. Un costado de su cota de malla estaba desgarrado, con los bordes enmohecidos por la sangre. Sus compañeros no tenían mejor aspecto,amarillentos, ojerosos, sucios y con las ropas desgarradas.
Carla los vio desmontar en silencio.
-Ocúpate de los caballos –dijo a un mozo de cuadra– que se los atienda.
Brad lo miró por un momento; después, resignado, hizo ademán de arrodillarse para el besamanos.
-¡No! –Ordenó Carla, presurosa. Era demasiado práctica para permitirle malgastar energías en un gesto inútil. Le rodeó la cintura con un brazo e hizo que se apoyara en sus hombros. Brad se puso tieso, desconcertado por la familiaridad de aquella menuda ama y por fin, sonrió con afecto– ven a sentarte junto a la fuente –propuso ella, conduciéndolo hacia el estanque azulejado, junto al muro del jardín. Y ordenó– ¡Joan! Llama a otras doncellas y haz que alguien traiga vino y comida de la cocina.
-Sí, mi señora.
Carla se volvió hacia Brad.
-Te ayudaré a quitarte la armadura –dijo, antes de que él pudiera protestar.
Acudieron algunas mujeres desde adentro. Pronto los hombres estuvieron desnudos desde la cintura hacia arriba y las armaduras fueron enviadas a reparación. Cada uno de los recién llegados consumió con voracidad el denso guiso caliente.
-No me has preguntado qué noticias hay –observó Brad entre un bocado y otro. Mantenía el codo levantado para que Carla pudiera limpiarle y vendarle la herida del costado.
-Ya me las darás –replicó ella– si fueran buenas, mi esposo habría regresado contigo, Para recibir malas noticias hay tiempo de sobra– Brad dejó el cuenco y la miró– ¿ha muerto? –Preguntó ella sin mirarlo.
-No sé –fue la respuesta serena– nos traicionaron.
-¡Que los traicionaron! –Exclamó ella y se disculpó al caer en la cuenta de que le había provocado dolor.
-Uno de los caballeros de la guarnición, un hombre nuevo llamado Bohun, escapó en la noche para revelar a Yeray que Lord Samuel planeaba partir al amanecer en busca de su hermano, de quien esperaba recibir ayuda. Lord Samuel no se había alejado mucho cuando lo rodearon.
-Pero ¿lo mataron? –Susurró Carla.
-Creo que no. No encontramos su cadáver –respondió Brad bruscamente, volviendo a su comida– dos de los hombres que acompañaban a mi señor fueron asesinados... asesinados de un modo que me pesa, ciertamente. El hombre con quien tratamos no es normal, ¡es un demonio!
-¿No se ha entregado ningún mensaje pidiendo rescate? ¿No se ha sabido si lo tienen prisionero?
-Nada. Nosotros cuatro debimos de llegar momentos después de la batalla. Aún quedaban algunos hombres de Yeray. Combatimos. Ella ató el último nudo del vendaje y levantó la vista.
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La Fuerza del Amor (Adaptada)
أدب تاريخيToda Inglaterra se regocijó con la boda de ambos, pero Carla Rosón juró que su esposo sólo la tendría por la fuerza. Ante el florido altar, el primer contacto entre ambos encendió en ellos una pasión ardiente. Samuel García miró al fondo de aquellos...