Carla cerró la puerta de su alcoba con tanta fuerza que hasta los muros de piedra parecieron estremecerse. Así terminaba su primer día de casada, que bien podía figurar como el más horrible de toda su vida. Debería haber sido un día feliz, lleno de amor y alegría, ¡pero no con un esposo como el suyo, que no había perdido oportunidad de humillarla!
Por la mañana, la había acusado de hacer de ramera ante sus hermanos. Al marcharse él, dejándola sola, Carla se dedicó a conversar con otras personas. Cierto hombre, Yeray Bennett, tuvo la amabilidad de sentarse a su lado para explicarle las reglas del torneo. Así, por primera vez en el día, ella empezó a disfrutar. Yeray tenía la habilidad de señalar lo ridículo y a ella le gustaba su sentido del humor.
De pronto, reapareció Samuel y le ordenó que le siguiera. Carla no quiso provocar una escena en público, pero en la intimidad de la tienda de Guzmán le dijo a Samuel todo lo que pensaba de su conducta. La dejaba que se valiese por sí sola, pero en cuanto ella empezaba a divertirse, él reaparecía para impedírselo. Era como los niños que no quieren cierto juguete, pero lo niegan a cualquier otro. Samuel respondió en tono burlón, pero Carla notó con satisfacción que no sabía qué decir.
La llegada de Guzmán y Leo interrumpió la riña. Más tarde, mientras ella regresaba a los pabellones con Leo, Samuel la humilló de verdad, corriendo prácticamente hacia Marina Nunier. Parecía comérsela con los ojos, pero al mismo tiempo la miraba con devoción, como si se tratara de una santa.
A Carla no le pasó inadvertida la mirada triunfal que esa mujer le envió de soslayo. Entonces, ella irguió la espalda y tomó el brazo de Leo. No quería mostrar públicamente su bochorno. Más tarde, durante la cena, Samuel la ignoró por completo, aunque ocupaban asientos contiguos ante la larga mesa. Ella festejó las gracias del bufón y se fingió complacida cuando un juglar, extremadamente apuesto, compuso y cantó una oda a su belleza. En realidad, apenas lo escuchaba. La proximidad de Samuel ejercía un efecto perturbador sobre ella, sin permitirle disfrutar de nada.
Después de la comida, las mesas de caballete fueron desarmadas y puestas contra la pared para dejar sitio al baile. Después de bailar una pieza juntos, para salvar las apariencias, Samuel se dedicó a girar por el espacio abierto con una mujer y otra. Carla recibió más invitaciones de las que podía aceptar, pero pronto adujo que estaba fatigada y corrió a la intimidad de su cuarto.
-Un baño –exigió a Joan, a quien arrancó de un rincón en donde yacía entrelazada con un joven– tráeme una tina y agua caliente. Tal vez pueda quitarme parte del hedor de esta jornada.
Pese a lo que Carla creía, Samuel había estado muy consciente de su presencia. No hubo momento en que él no supiera con quién estaba su esposa o dónde encontrarla. Al parecer, durante el torneo había conversado con un hombre durante horas enteras, festejando todas sus palabras y sonriéndole hasta dejarlo obviamente embobado. Samuel la había alejado de él por su propio bien, sabiendo que ella ignoraba el efecto de su presencia en los hombres. Era como una niña. Todo le resultaba nuevo; lo miraba sin ocultar nada, sin reservas, riendo abiertamente de cuanto él decía.
Samuel vio que el hombre tomaba aquella cordialidad por algo más profundo. La intención de Samuel había sido la de explicarle todo eso, pero ella lo atacó, acusándolo de ser insultante. Él habría preferido morir antes que dar explicaciones por sus actos. Temía que el impulso le llevara a estrangularla.
Por suerte, una breve aparición de Marina lo había tranquilizado. Marina era como un sorbo de agua fresca para quien acabara de salir de un infierno. Con las manos apoyadas en las gordas caderas de una joven nada atractiva, vio que Carla subía la escalera. No bailaba con ella por no disculparse. ¿Disculparse por qué? Había sido bondadoso para con ella hasta que, en el jardín, a la muchacha le dio por actuar como una demente, haciendo juramentos que no debía. Al separarla de ese hombre, que estaba interpretando mal sus sonrisas, Samuel había hecho lo más conveniente; sin embargo, se sentía como si hubiera obrado mal.
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La Fuerza del Amor (Adaptada)
Ficción históricaToda Inglaterra se regocijó con la boda de ambos, pero Carla Rosón juró que su esposo sólo la tendría por la fuerza. Ante el florido altar, el primer contacto entre ambos encendió en ellos una pasión ardiente. Samuel García miró al fondo de aquellos...