-¡No puedo permitir esto!–Dijo Ela con la columna vertebral muy rígida, de pie junto a Marina en una pequeña alcoba del castillo.
-¿Desde cuándo autorizas o desautorizas lo que yo deseo? –Le espetó la muchacha– mi vida es cosa mía. A ti sólo te corresponde ayudar a vestirme.
-No es correcto que te arrojes a los brazos de ese hombre. No pasa un día sin que alguien te pida en matrimonio. ¿No puedes conformarte con cualquiera de tus pretendientes?
Marina se volvió hacia la doncella.
-¿Para que ella se quede con Samuel? Antes moriría.
-¿En verdad lo quieres para ti? –Insistió Ela.
-¿Qué importa eso? –Marina se acomodó el velo y la diadema– es mío y seguirá siendo mío.
Cuando salió del cuarto, la escalera estaba a oscuras. Marina no había tardado en descubrir que en la Corte del rey Enrique era fácil averiguar lo que deseara saber. Había muchos dispuestos a hacer cuanto ella mandara, sólo por dinero. Sus espías le habían indicado que Samuel estaba abajo, en compañía de su hermano, lejos de su esposa. Ella no ignoraba hasta qué punto podía obnubilarse un hombre con la bebida y planeaba aprovechar la oportunidad para sus propios fines. Con la mente aturdida por el alcohol, él no podría resistirse.
Al llegar al salón grande, soltó una maldición, ni Samuel ni su hermano estaban a la vista.
-¿Dónde está Lord Samuel? –Preguntó ásperamente a una criada que bostezaba. El suelo estaba sembrado de sirvientes que dormían en jergones de paja.
-Salió. Es todo cuanto sé.
Marina la sujetó por un brazo.
-¿A dónde fue?
-No tengo idea.
Marina sacó una moneda de oro del bolsillo y observó el resplandor en los ojos de la muchacha.
-¿De qué serías capaz por una como esta?
La muchacha despertó por completo.
-De cualquier cosa.
-Bien –Marina sonrió– entonces escúchame con atención...
*****
Carla despertó de un sueño profundo al oír un leve rasguño en su puerta. Estiró el brazo antes de abrir los ojos, sólo para encontrarse con que el lado de Samuel estaba desierto. Se levantó, con las cejas fruncidas, y entonces recordó que él había comentado algo de una despedida a Nano.
Los rasguños continuaban. Joan, que solía dormir cerca de su ama cuando Samuel se ausentaba, no estaba allí. Contra su voluntad, Carla arrojó los cobertores a un lado y deslizó los brazos en las mangas de su bata, de terciopelo verde esmeralda.
-¿Qué pasa? –Preguntó al abrir, viendo ante sí a una criada.
-No sé, señora –dijo la muchacha con una mueca burlona– se me ha dicho que se la necesitaba y que tenía que acudir inmediatamente.
-¿Quién lo ha dicho? ¿Mi esposo? –La criada se encogió de hombros por toda respuesta y Carla frunció el ceño.
En la Corte pululaban los mensajes anónimos; todos ellos parecían llevar a lugares donde ella no tenía interés en estar. Pero quizá su madre la necesitaba. Era probable que Samuel, demasiado borracho para subir la escalera, requiriera su ayuda. Sonrió al pensar en la azotaina verbal que le propinaría.
Siguió a la muchacha por las oscuras escaleras de piedra hasta la planta inferior. Parecía más oscura que de costumbre, pues algunas de las antorchas adosadas a la pared no estaban encendidas. Abiertos en aquellos muros, que medían más de tres metros y medio de espesor, había feos cuartitos que los huéspedes más nobles no frecuentaban. La criada se detuvo ante uno de aquellos cuartos, próximos a la empinada escalera circular.
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La Fuerza del Amor (Adaptada)
Fiksi SejarahToda Inglaterra se regocijó con la boda de ambos, pero Carla Rosón juró que su esposo sólo la tendría por la fuerza. Ante el florido altar, el primer contacto entre ambos encendió en ellos una pasión ardiente. Samuel García miró al fondo de aquellos...