Capítulo 18

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Cuando se iniciaron los preparativos para bajar al foso donde estaba Samuel, la alcoba de Carla estaba tan silenciosa como el resto del castillo de Yeray.

-Da esto al guardia –dijo la joven, entregando a Joan una bota de vino–y dormirá toda la noche. Podríamos encender a su lado varios toneles de aceite sin que se enterara.

-Eso es, más o menos, lo que ocurrirá cuando Lord Samuel la vea a usted –murmuró la doncella.

-¿No lo creías medio muerto? Ahora no hables más y haz lo que yo te diga. ¿Tienes todo preparado?

-Sí. ¿Se siente mejor? –Preguntó Joan, preocupada. Carla asintió, tragando saliva al recordar su reciente ataque de náuseas.

-Si algo le queda en el estómago, lo perderá cuando entre en ese foso repugnante.

Carla pasó por alto el comentario.

-Ahora vete y da el vino a ese hombre. Esperaré un rato antes de seguirte.

Joan salió silenciosamente, arte que había aprendido en largos años de práctica. Carla esperó casi una hora, nerviosa. Mientras tanto se sujetó la caja de hierro al vientre y se pasó la prenda de tosca lana por la cabeza. Si alguien hubiera reparado en la sierva que caminaba en silencio por entre los caballeros dormidos, sólo habría visto a una mujer en avanzado estado de gravidez, con las manos apretadas a la parte baja de la espalda para sostener la carga del vientre.

Carla tuvo ciertas dificultades para descender la escalera de piedra, sin barandilla, que llevaba al sótano.

-¿Señora? –Sonó el susurro de Joan.

-Sí –Carla avanzó hacia la única vela que Joan sostenía–¿el hombre duerme?

-Sí. ¿No oye sus ronquidos? –Le preguntó con una ceja enarcada, pues el sujeto roncaba como una bestia.

-No oigo nada más que el palpitar de mi corazón –musitó Carla– deja esa vela y ayúdame a desatar esta caja –Joan se puso de rodillas, mientras su ama se recogía las faldas hasta la cintura.

-¿Para qué quería la caja? –Preguntó la doncella.

-Para guardar la comida de modo que no la tocaran las... las ratas –Joan se estremeció, mientras sus manos frías forcejeaban con los nudos del cuero crudo.

-No son sólo ratas lo que hay allá abajo. Señora mía, por favor, aún está a tiempo para cambiar de idea.

-¿Te estás ofreciendo a bajar en mi lugar? –La respuesta de Joan fue una exclamación de horror.

-En ese caso, calla. Piensa en Samuel, forzado a vivir allí.

Cuando las dos mujeres tiraron de la trampilla, el aire viciado que surgió del pozo les hizo apartar la cara.

-¡Samuel! –Llamó Carla– ¿estás ahí?

No hubo respuesta.

-Dame la vela.

Joan entregó el candelabro a su ama y apartó la vista, pues no quería volver a mirar dentro del foso. Carla revisó el agujero negro a la luz del candelabro. Se había preparado para lo peor y no fue en vano. Sin embargo, Joan se había equivocado al apreciar el fondo, había algún rincón seco, al menos relativamente hablando. El suelo de tierra estaba inclinado, de modo que en un rincón había sólo barro y no agua viscosa. Tan sólo la mirada fulminante que se elevó hacia ella le reveló que la silueta acurrucada en aquel lugar estaba viva.

-Dame la escalerilla, Joan; cuando haya llegado al fondo, envíame el banco primero; después, la comida y el vino. ¿Has comprendido? –Cuestionó Carla y su doncella asintió a regañadientes.

La Fuerza del Amor (Adaptada)  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora