Capítulo 20

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-Di una sola palabra y te cortaré esa cabeza de víbora –dijo una voz grave que ella no conocía– ¿dónde está Brad? –Carla apenas podía hablar, pero no era ocasión para desobedecer– ¡responde! –Insistió él, ciñendo el brazo. El puñal se apretó más contra su cuello.

-Con mi madre –susurró ella.

-¡Madre! –Le espetó él al oído– ¡que esa mujer maldiga el día en que dio a luz a un ser como tú!

Carla no lo veía. El brazo que le apretaba los pulmones apenas le permitía respirar.

-¿Quién eres? –Preguntó jadeante.

-Sí, bien puedes preguntarlo. Soy tu enemigo. Me encantaría poner fin a tu vil existencia ahora mismo, si no te necesitara. ¿Cómo custodian a Brad?

-No... no puedo respirar –él vaciló. Luego aflojó la presión y retiró un poco el puñal.

-¡Habla!

-Hay dos hombres ante la puerta del cuarto que él comparte con mi madre.

-¿En qué piso? Anda, contesta –ordenó él, apretando otra vez– nadie vendrá a salvarte –de pronto aquello fue demasiado para Carla, que se echó a reír. Su carcajada, grave en un principio, se fue tornando más histérica con cada palabra.

-¿Salvarme? ¿Y quién podría salvarme, dime? Mi madre está prisionera. Mi único custodio, también. Mi esposo está en el fondo de una cloaca. Un hombre al que detesto tiene el derecho de manosearme delante de mi esposo mientras otro me susurra amenazas al oído. ¡Y ahora me veo atacada por un desconocido en la oscuridad del salón! –El hombre apretó aquel antebrazo y acercó el cuchillo contra la garganta– te lo ruego, quienquiera que seas, termina con lo que has comenzado. Ponle fin a mi vida, te lo ruego. ¿De qué me sirve? ¿He de presenciar el asesinato de todos mis amigos y de todos mis familiares? No quiero vivir para ver ese final.

El hombre aflojó su presión. Luego apartó las manos que tiraban del puñal. Después de envainar el arma, la sujetó por los hombros. Para Carla no fue una gran sorpresa reconocer al juglar que había visto en el salón.

-Quiero saber más –dijo el hombre, con voz menos dura.

-¿Por qué? –Inquirió ella, mirando de frente aquellos ojos mortíferos– ¿eres un espía enviado por Lobo o por Yeray? Demasiado he dicho ya.

-Sí, en efecto –concordó él con sinceridad– si yo fuera un espía, tendría mucho de qué informar a mi amo.

-¡Ve entonces e informa! ¡Acabemos de una vez!

-No soy espía. Soy Nano, el hermano de Samuel.

Carla lo miró con los ojos dilatados. Sabía que era cierto. Por eso le había llamado tanto la atención, en sus actitudes, ya que no en su físico, había algo que le recordaba a Samuel. Sin que ella cayera en la cuenta, las lágrimas le rodaron por las mejillas.

-Samuel me aseguró que vendrías. Dijo que yo lo había enredado todo, pero que tú lo arreglarías otra vez –Nano parpadeó.

-¿Cuándo lo viste para que te dijera eso?

-En mi segunda noche aquí. Bajé al foso.

-¿Al...? –Nano había oído hablar del sitio en que se retenía a su hermano, pero sin poder acercarse hasta allí– ven, siéntate –invitó, llevándola hasta un asiento en el antepecho de la ventana– tenemos mucho de qué hablar. Cuéntame todo desde el principio.

Nano escuchó con atención y en silencio, mientras ella narraba el asesinato de su padre, la reclamación de sus propiedades y la decisión de Samuel de contraatacar a Yeray.

La Fuerza del Amor (Adaptada)  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora