Alan y Carla abandonaron el ruido y la confusión de la casa real para caminar hacia el parque boscoso que rodeaba las murallas del castillo. La caminata era larga, pero ambos disfrutaron de ella. Para la rubia fue una tarde interesante. Ahora comprendía que nunca había tratado con los hombres. Alan era entretenido, y el día pasó con rapidez.
Al joven le fascinó tratar con una mujer tan bien educada. Rieron juntos ante las confesiones de Carla, quien contó que sus doncellas solían llevarle en secreto relatos románticos para que ella se los leyera en voz alta. Alan estaba seguro de que la muchacha no tenía conciencia de lo poco ortodoxo de su infancia.
Sólo avanzada la tarde habló ella de su vida de casada. Contó cómo había reorganizado el castillo de Samuel, y mencionó de pasada sus tratos con el armero. Alan empezaba a comprender los arrebatos de Samuel; cualquier hombre necesitaba mucha fortaleza para hacerse a un lado y permitir que su esposa impusiera sus propias órdenes. Conversaron y rieron hasta que el sol estuvo bajo en el cielo.
-Tenemos que regresar –dijo Alan– pero detesto dar por terminada la diversión.
-Estoy de acuerdo –sonrió la muchacha– de verdad me he divertido. Me alegra alejarme de la Corte, donde hay tantos rumores y rencillas disimuladas.
-No es mal sitio... a menos que uno mismo sea el blanco de la maledicencia.
-Como yo ahora –observó ella con una mueca dolida.
-Sí. Hacía años que no se contaba con tan buen tema de conversación.
-Sir Alan–rió ella– ¡qué cruel eres conmigo! –Lo enlazó por el brazo y le sonrió.
-¡Ajá! –Siseó una voz a poca distancia– ¡es aquí donde te escondes!
Carla giró en redondo y vio a Marina de pie a un lado.
-¡Pronto será mío! –se jactó la mujer, acercándose a ella– cuando se libre de ti volverá a buscarme.
Carla dio un paso atrás. La luz que brillaba en aquellos ojos furiosos no era natural. Sus labios se curvaban, mostrando los dientes desiguales que habitualmente ocultaba con tanto cuidado.
Alan se interpuso entre ambas.
-¡Márchate, Lady Marina! –Amenazó en voz baja.
-¿Te ocultas detrás de tu amante? –Chilló Marina sin prestarle atención– ¿no puedes esperar el divorcio para buscar a otros?
La mano de Alan se cerró sobre el hombro de Marina.
-Márchate y no regreses. Si te veo otra vez cerca de Lady Carla, tendrás que responder ante mí.
La mujer quiso decir algo más, pero aquella mano clavada en su hombro se lo impidió. Giró en redondo sobre un solo talón y se marchó a grandes zancadas. Alan se volvió hacia Carla, que seguía a la mujer con la mirada.
Pareces algo asustada.
-Y lo estoy –reconoció ella, frotándose los brazos– esa mujer me da escalofríos. Antes la creía enemiga mía, pero ahora casi me inspira compasión.
-Eres bondadosa. Cualquier mujer la odiaría por lo que te ha hecho.
-Yo también la odiaba. Tal vez aún siento lo mismo, pero no puedo culparla por todos mis problemas. Muchos han sido causados por mí misma y por... –se interrumpió, bajando la vista.
-¿Y por tu esposo?
-Sí –susurró ella– por Samuel.
Alan estaba muy cerca. Caía rápidamente la oscuridad. Habían pasado juntos el día entero. Tal vez fue por la luz delicada de su cabellera y sus ojos, él no pudo evitar besarla. Le tomó la barbilla en la mano para levantarle la cara y la besó en los labios, susurrando:
ESTÁS LEYENDO
La Fuerza del Amor (Adaptada)
Ficțiune istoricăToda Inglaterra se regocijó con la boda de ambos, pero Carla Rosón juró que su esposo sólo la tendría por la fuerza. Ante el florido altar, el primer contacto entre ambos encendió en ellos una pasión ardiente. Samuel García miró al fondo de aquellos...