Capítulo dos.

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Al llegar a casa, Phoenix ni siquiera se detuvo a hablar con su madre

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Al llegar a casa, Phoenix ni siquiera se detuvo a hablar con su madre. Tampoco se dio el tiempo de contarle a sus hermanas sobre el fugaz encuentro que tuvo con el duque de Waldrom.

Ya tenía suficientes problemas.

Se lanzó en su cama dejando salir un largo suspiro cansado.

Cerró los ojos unos segundos pero los abrió de golpe cuando en la oscuridad pudo ver esos ojos aún más oscuros.

Cuando Olive entró a la habitación para hablar del baile y ayudarla con su vestido la encontró con la cabeza hacia el suelo, su cuerpo estaba en la cama.

Le asombró los duros golpes que le daba a la pálida piel de sus mejillas.

—Señorita— se aproximó a ella con total confianza— ¿Qué hace? Dañará su rostro.

Desde abajo, Olive se veía al revés y con unos puntos negros a su alrededor. Phoenix supo en ese momento que debía sentarse, la sangre ya se le había ido a la cabeza.

—No dejo de ver esos ojos de mapache.

—¿Mapache?

La joven miró a su dama favorita y estiró los brazos para que la abrazara.

Así estuvo unos largos minutos, en los brazos de quien consideraba su verdadera y única amiga.

—¿Pasó algo en el baile?

Phoenix le contó con lujo de detalles todo lo que había pasado, desde la discusión con su hermana hasta la suave caricia que el duque le había dado horas atrás.

Se estaba volviendo loca.

—La señorita Phile es muy injusta— dijo la dama con timidez y algo de valentía— si me permite, me gustaría hablar mal de ella.

—Claro que te lo permito, Olive, puedes hablar mal de mi hermana todo lo que quieras siempre y cuando estés conmigo.

—Creo que ella tiene celos de usted porque ningún hombre se le acerca.

Eso es algo que todo el mundo sabía. Phile, con veintisiete años, sin un esposo ni un prometido.

Pobre alma, a los ojos de todos estaba destinada a vivir sola o dedicarse a enseñar ética.

Pero Phoenix sabía que su hermana mayor no estaba celosa de ella, nunca podría. Le daba celos la idea de ver a todas sus hermanas menores haciendo familia menos ella. Y muy en el fondo, le daba miedo ser una solterona.

—Tienes toda la razón, mi amada Olive.

La chica se lanzó feliz sobre la cama otra vez bajo las insistencias de la muchacha para quitar el vestido.

Sin duda sería una larga noche pensando en esos ojos de mapache.

~~~

Días después, la madre de la casa estaba sentada a la cabecera de la mesa, esperando pacientemente que sus hijas tomaran cada uno de sus lugares.

La Prometida del Duque busca una Aventura. | Crónicas de Dawling Town IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora