Capítulo 11

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Alendra Mac


Mi mirada pareciera congelada, no la aparto del féretro de Gabriela, encontrándose este frente a mí. Ya no lloro, me he quedado seco o es lo que supongo. En algunas horas ella será sepultada y mi alma junto a su cuerpo. Suspiro, mi pecho duele. Aún así sonrió recordando el rostro de mi pequeño Gavril. Emilia se ha quedado con él puesto que no es conveniente tenerlo aquí, no es lugar para mi hijo.

—¡Lo siento mucho! —escucho la voz del presidente del corporativo hotelero del cual soy dueño, posa su mano sobre mi hombro.

—Gracias, Enrique —respondo al colocarme de pie y estrechar su mano. Él de inmediato me da el abrazo habitual para darme el pésame.

Enrique es un hombre bastante mayor en el cual sé que puedo confiar ciegamente y por ello lo tengo a cargo de el imperio que mi padre me heredó antes de morir. Gracias a su honestidad yo había podido desempeñarme como médico durante todos estos años en lugar de estar sentado dando ordenas y cuidando de mis finanzas.

—Hijo —me dice al soltarme de su abrazo—, s sé que no es momento pero quisiera que cuando todo esto pase vayas al corporativo —su mirada encierra pesar genuino, es un hombre que me aprecia. Fue el mejor amigo de mi padre.

—Enrique, esto jamás va a pasar. Así que puedes decirme de una vez lo que sucede.

Enrique ve hacia todos lados como si buscase un lugar más apropiado para decirme lo que desea.

—Vamos a la sala privada —le sugiero señalándole el lugar con la mirada.

Camino lento, él detrás de mí, en mi trayecto recibo decenas de abrazos, pero ello no mengua mi pesar.

Nos adentramos a la sala y cierro las puertas a nuestra espalda para que tengamos privacidad.

—Bruno, hijo, insisto que este no es el momento apropiado pero... —hace una leve pausa suspirando—. Soy un viejo, he mantenido y acrecentado la cadena hotelera que tu padre te ha heredado...

—Aumentaré tu sueldo al doble —lo interrumpo intuyendo molesto, jamás me imaginé que se tratase de esto.

Camino molesto hacia la puerta con las manos escondidas en los bolsillos delanteros de mi pantalón. Me siento desilusionado de Enrique.

—No, hijo, no es lo que quiero —su voz me detiene y giro hacia él—. Soy viejo y necesito descansar, no quiero pasar mis últimos años al frente del corporativo, ya te he dado mis mejores años y creo que es momento de que tú te hagas cargo, sé que has renunciado a tu pasión médica...

—No tengo la más mínima idea sobre manejar el complejo hotelero —vuelvo a interrumpirlo—. Eres el único sujeto en quien en verdad confío, no puedes abandonarme ahora —esto es peor que doblarle o triplicarle lo que gana.

—No te dejaré sin que sepas manejar el corporativo. Trabajaremos juntos los próximos meses para que conozcas a la perfección como se maneja tu negocio. Después de ello verás como serás un digno heredero de Ernesto, tu padre. Sé que él estaría feliz de verte al frente de todo lo que forjó para ti —sonríe.

—No me creo capaz de manejar las finanzas de mi herencia, los números jamás de me dieron, jamás he dado órdenes más que al personal de mi casa y a Raúl, mi chofer —paso mis manos sobre mi cabello sabiendo que todo lo que digo es cierto, me siento un completo inútil cuando no se trata de desempeñarme como médico.

—Hijo, eres un muchacho sumamente inteligente —coloca su mano en mi hombro y sonríe—. Eres un médico reconocido a nivel nacional, así que creo que esto será pan comido para ti —sonrío.

𝐀𝐌𝐎𝐑 𝐐𝐔𝐄 𝐌𝐀𝐓𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora