Capítulo 33

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Alendra Mac

La reunión se ha demorado más de lo que me imaginé. La noche a caído y detesto haber pasado tanto tiempo fuera de casa, eso de ser quien lleva las riendas del corporativo es francamente desesperante. Creo que terminaré haciendo caso a María antes de lo planeado, la medicina es mi pasión y disfrutaba cada segundo en los quirófanos, esto en cambio es como querer nadar contra corriente.

Llego a casa y al abrir las rejas eléctricas una mujer aparece de la nada tocando el cristal de mi coche. Matías aparece de inmediato a su lado tomándola por el brazo para alejarla cuando desciende de la camioneta detrás de mí. Ferkon a sugerido que tenga una escolta después de haber recibido aquellos anónimos.

Bajo de inmediato para intervenir, no se ve que sea una persona peligrosa. Todo lo contrario es una mujer de cuidado aspecto.

—Está bien —le digo a Matías, quien la suelta de inmediato sin apartarse.

—No me recuerdas ¿Cierto? —me cuestiona y yo arrugo el ceño tratando de recordar su rostro. Quizá es una de mis viejas aventuras.

—Lo lamento —digo a la espera de que ella me aclare lo que hace frente a mi casa.

—Soy Camila —continuo con el ceño fruncido.

La única Camila que recuerdo se marchó de nuestras vidas de forma súbita y jamás volvimos a saber de ella.

Muevo la cabeza en negativa imaginando que no se trata de la misma. Aunque la mujer que tengo frente a mí es guapa, se ve demasiado joven para ser la Camila que recuerdo.

—Camila, la chica que se mudó a tu casa al perder todo lo que tenía —habla llorosa.

—Y la que desapareció repentinamente —le recuerdo—. ¿Qué haces aquí? —cuestiono con la misma hostilidad que ella habla y recordando todo lo sucedido hace años no debería tener la desvergüenza de estar aquí.

—Debemos hablar.

—No hay nada de que hablar —sentencio intentando subir a mi coche, pero ella me detiene tomándome por el brazo.

—No estoy aquí por ti, estoy aquí por mi hija —insiste y yo me suelto de su mano—. Nuestra hija, Bruno —abunda.

—¿Nuestra hija? —cuestiono incrédulo. Matías al notar que es una conversación demasiado delicada se aleja un par de pasos—. Tiene más de 20 años que no te veía, eso es absurdo y jamás te toqué. Lo nuestro sólo se quedó en besos —hablo molesto.

—¡Y nuestra hija tiene diecinueve años! —habla levantando la voz pero sin gritar—. Aquella noche en la que te embriagaste en el antro, me entregué a ti —finjo reír al escucharla.

—No me tomes por idiota.

—No lo creas si es tu decisión, pero no voy a desistir, tendrás que escucharme porque tenemos una hija. Debemos hablar, pero no aquí —insiste.

—Lo haremos después y para ello deberás traer las pruebas requeridas, no creeré que tengo una hija contigo sólo porque hoy llegas a la puerta de mi casa diciendo que es así. ¿Qué quieres?, ¿dinero? Mejor será que te vayas y dejes de inventar cosas tan absurdas.

—Debemos hablar y si después de ello decides no creerme, será asunto tuyo.

—No —digo tajante y adentrándome a mi coche.

—Te arrepentirás si no lo haces —dice pegada a él intentado detenerme.

—¿Me amenazas? —sonrío con amargura.

—Te lo suplico —habla con la voz cortada—. No me hagas esto, ya tengo suficiente en la consciencia como para hacer como si nada está sucediendo, te lo imploro, Bruno, escúchame. No por ti, no por mí, por María —su llanto se hace visible y yo bajo de inmediato cuando pronuncia el nombre de mi bonita.

𝐀𝐌𝐎𝐑 𝐐𝐔𝐄 𝐌𝐀𝐓𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora