INTRODUCCIÓN

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Atesoré los recuerdos de los primeros años de mi vida, aquellos que fueron maravillosos, mi padre era un hombre dulce al que recuerdo a la perfección, siendo que tan sólo tenía cinco años cuando lo vi por última vez, mamá era igual o más cariñosa que él, me sentía tan amada por todas las personas en aquel entonces. Entre mis recuerdos se encuentra mi hermana, Paloma, era sumamente consentida como yo, peleábamos a menudo porque ambas queríamos lo que la otra poseía sin importar tener lo mismo.

Pero después mi vida cambió abruptamente, no volví a ver a Paloma y meses más tarde mi padre falleció, cuando eso sucedió, mamá lloraba a menudo, pero fue hasta que crecí que comprendí que lo habían asesinado como lo hicieron después con ella. Así fue como mi perfecta vida se vino abajo convirtiéndose todo en una pesadilla en la que sólo estaba acompañada por mi mejor amigo, Antonio al que llamaba Fenómeno, él estuvo siempre a mi lado.

Mi vida fue un ir y venir de un lugar a otro, no entendía nada, era una pequeñita a la que le hacían creer que todo estaba bien, pero no era así y al pasar de los años fui comprendiendo que viajábamos de ciudad en ciudad porque Marcél, el monstruo que me enseñó a llamarle papá, nos usaba como escudos humanos para no ser atrapado.

Por algunos meses Antonio, Félix y yo, fuimos los únicos niños que estábamos junto a un grupo de chicas a las que Marcél llamaba "sus mujeres", él era bueno conmigo, nunca me gritaba o maltrataba como lo hacía con Antonio, pero después algo horrendo sucedió, él mató a muchas de ellas y antes de escapar de aquel lugar nos hizo ver los cadáveres amenazándonos en que nos sucedería lo mismo si llegábamos a desobedecer. Esa imagen nunca pude borrarla de mi cabeza.

Aquella noche ya no salimos sólo tres pequeños temerosos, ahora también iba con nosotros una pequeña bebé, la cual nunca tuvo un nombre. Greta, la única chica que sobrevivió aquella noche, se hacía cargo de nosotros, pero muchas veces aquella pequeñita lloraba de hambre y Marcél no se compadecía.

—Quiero que me escuchen —nos habló Greta cuando su bebé estaba por nacer—. Marcél estará centrado en mí por algunas horas, quiero que busquen la manera de huir y traigan ayuda, esta es nuestra única oportunidad para escapar —ella parecía sentir mucho dolor. Puso una llave en la mano de Antonio y presionó fuerte para que no la perdiera—. Llévense a Félix y a la bebé.

Antonio movió la cabeza en un "sí". Y cuando vimos que Marcél se adentró a la habitación de Greta cuando estaba por caer la noche y encontrando una oportunidad para que los pocos guardias que aún tenía Marcél no nos vieran, salimos de la casa.

Félix lloraba mientras iba de mi mano en tanto caminábamos por un camino de tierra, estábamos lejos de la ciudad o esa era la percepción para mis pequeños pasos.

Para nuestro infortunio esa noche nada salió bien, horas después fuimos encontrados y devueltos a nuestra pesadilla. Félix y yo, no alcanzamos a llegar a la ciudad, pero Antonio sí y cuando lo trajeron de vuelta a casa ya sus brazos venían vacíos. Por lo menos la bebé no viviría más el mismo destino que nosotros.

Aquella noche Marcél casi mata golpes a Antonio, Greta aún con las piernas empapadas en sangre intervino llevándose una paliza, fue también aquel día, a mis seis escasos años, que él me golpeó por primera vez, esa fue mi primera cicatriz, mis labios sangraban, mi pómulo palpitaba y yo lloraba no sólo de dolor, si no de miedo.

Le vimos disparar a la cabeza a varios de sus hombres sin titubear dejando a uno de ellos de rodillas frente a Antonio que apenas si podía mantenerse en pie.

—¡Ese es uno de los idiotas que cometió el estúpido error de dejarlos escapar! —gritó Marcél— ¡Dispárale! —ordenó dejando una arma en manos de Antonio.

Él se rehusó a obedecer recibiendo un golpe en la cabeza con otra arma que Marcél tenía en sus manos, yo grité cuando vi el craneo de Fenómeno sangrar. Félix no dejaba de llorar presenciando todo al igual que yo, lo tenía envuelto entre mis brazos, él sólo tenía tres años.

Marcél se acercó hasta mí para arrebatarlo y puso el cañón de su arma sobre su sien.

—¡Marcél, no lo hagas! —gritó Greta— ¡Es tu hijo, no lo hagas! —suplicó arrastrándose hasta llegar a los pies de Marcél, este la recibió con un fuerte golpe en el rostro haciéndola estrellarse contra el piso.

—¡Si no matas al maldito, le dispararé a Félix! —ordenó a Antonio quien sin pensarlo un segundo más disparó al hombre frente a él.

Vi el rostro de mi amigo, estaba paralizado observando el cuerpo del hombre al que le había quitado la vida. Marcél lo había convertido en un asesino mientras reía sabiendo que había logrado su objetivo. Las manos de Antonio aún apuntaban el cuerpo sin vida del que había sido uno de los hombres de Marcél, ambas temblaban como un par de gelatinas.

Bajó el arma entregándosela a nuestro verdugo y enseguida abrazó a Félix quien no paraba de llorar. Ambos caminaron hacía mí, Antonio cojeaba y sangraba de gran parte de su rostro así como su craneo. Nos abrazamos los tres, y el único que no lloraba era él fue como si ya nada le afectase o quizá sólo se había resignado ya a su destino, uno que compartiríamos por muchos años.

Esa noche viajamos hacia otra ciudad, fueron varias horas de camino, nos quedábamos dormidos por momentos, pero eran los gemidos de dolor de Antonio que venía a mi lado los que me despertaban, mi pómulo hinchado y mis labios rotos me dolían, pero estaba segura que mi dolor no eran tan intenso como el suyo.

Nos adentramos a una casa que lucia bastante descuidada después de horas de viaje. Fue allí donde conocí a quienes se convertirían en mis próximos guardianes, no de los que Marcél tuvo como centinelas para cuidarnos, si no, un par de niños más que parecían de la edad de Antonio o quizá mayores.

Ambos nos vieron y se acercaron a nosotros, en la nueva casa ya no habían guardias, ni más chicas, sólo eran el par de niños y un hombre bastante mayor.

El más pequeño de ellos tomó mi mano tratando de dirigirme hacia una habitación, Antonio aún con dificultad trató de detenerlo creyéndolo una amenaza, no fue así, él sólo quería ayudarnos.

—Les daremos ropa limpia —aclaró el mayor.

No nos opusimos más, caminamos llevándonos con nosotros a Félix, el lugar era bastante espacioso, me recordó a La Santa, donde mis primeros años transcurrieron llenos de felicidad.

La ropa que nos dieron era enorme, pero por lo menos servía para cubrirnos del frío. Fueron también ellos quienes curaron nuestras heridas y nos alimentaron.

Aquel lugar al que Marcél llamó nuestro nuevo hogar de forma burlona, se convirtió en nuestra casa por un par de años hasta que nos volvimos a mudar, esta vez a un lugar llamado Nevadas.

Allí fue cuando un nuevo infierno inició, pero ahora tenía no sólo a Antonio defendiéndome, también Fegan y Fergus se convirtieron en mis protectores y, los de Félix y Frida, la hija de Greta que nació la noche aquella. Mi vida siempre fue en declive hasta que conocí a Bruno y creí que todo terminaría, pero me equivoqué, ahora Marcél ya no estaba para dañarme y tras traicionar el amor de uno de mis protectores recibí la muerte de sus manos.

𝐀𝐌𝐎𝐑 𝐐𝐔𝐄 𝐌𝐀𝐓𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora