PREÁMBULO

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Me sentía tan miserable, él no se merecía lo que le estaba haciendo, siempre había sido bueno conmigo, soportó que nuestro verdugo por años lo maltratara en lugar de ser yo quien fuese lacerada. Y cuando estuve con el corazón destrozado fue quien procuró restaurarlo cobijándome entre sus brazos haciéndome saber lo mucho que me amada.

El verlo alterado me daba miedo, pero sabía también que no era capaz de volverme hacer daño, él había aprendido a ser un sujeto malvado con las personas que lo hirieron, pero sabía bien que yo era la excepción, incluso cuando estaba destrozado su corazón, él no sería capaz de dañarme, no otra vez, su amor por mí iba más allá de toda razón, superaba todo el odio y el dolor que se pudiera gestar en su interior, aún así el ver las pupilas de sus azules ojos tan dilatadas me erizaba la piel.

Mi mente viajó por un instante hacia años atrás, cuando él me golpeó por única vez, sus ojos se vean igual que aquella noche, denotaban su furia, pero sabía también que su promesa era inquebrantable, que aquel juramento de no volver a tocarme era perpetuo.

—¡Dijiste que me amabas, ¿cómo puedes ahora decirme que sólo estabas confundida?! —gritó furioso regresándome al momento   mientras yo no dejaba de llorar incontrolable reprochándome una y otra vez el daño que le estaba causando.

El saber su corazón herido me dolía, pero no podía hacer nada. Todo lo que sentía por él debía permanecer en silencio, ya no quería sufrir más, necesitaba respirar paz y eso jamás la tendría a su lado.

No quería hacerle daño, pero no éramos un par de jóvenes normales que podían darse una oportunidad más, nuestros intentos eran fallidos gracias a la tormentosa vida que nos había tocado vivir, aún cuando nuestros sentimientos fuesen inmensos, no existía manera que nuestro pasado no nos atormentara trayendo únicamente inestabilidad a nuestras vidas.

—Lo siento... lo siento —mi voz apenas y era audible ante mi incontrolable llanto.

Mantuve la mirada en el piso, me sentía  avergonzada, tan poca cosa, una tirana, él me adoraba y yo me estaba convirtiendo en otro de sus verdugos.

Me parecía injusto el fingir no amarlo, él me había brindado su protección, estuvo allí para darme todo lo que necesitaba en los momentos más difíciles de mi vida y pagarle de aquella manera era absolutamente injusto, porque se supone que cuando amas debes estar allí, remar contracorriente, pero yo no podía más, yo no podía ver como él se destruía y se hundía más en el fango.

Hubiese deseado hundirme con él, pero ya no tenía fuerzas, ya todo en mí se había agotado y si me quedaba un poco más a su lado, nos perderíamos los dos.

—¡No lo sientas! —se acercó para tomarme de los hombros y sacudirme con brusquedad. Apreté mis puños encontrándome temerosa, estaba temblando—. ¡Mírame! —demandó tomando mi mentón forzándome a posar mi mirada en la suya.

Escuché un ligero chasquido desprenderse de mi mandíbula, en ese momento a él no le importaba hacerme daño y creí que aquella promesa estaba por romperse, yo no tenía nada que reprochar, había sido yo la traidora.

—¡Lo siento! —volví a expresar sincera.

Quería abrazarlo, decirle que lo amaba, que quería empezar de nuevo, que nos largáramos de la ciudad sin importar nada más que nosotros, sostuve mi mirada en la suya luchando contra mis sentimientos, observando únicamente sus hechizantes ojos azules.

—Te di techo, comida, sané tus heridas, rompí tus cadenas, te hice libre, libre —su voz denotaba frustración y dolor, aunque ya no gritaba.

Lo estaba dañando, y yo también estaba destruida por dentro. Mi saliva pasó con dificultad por mi garganta mientras mi mente no dejaba de recrear cada escena a su lado, esas que aún atesoraba y que debía mantener en el fondo de mi ser para no desistir de aquella decisión.

𝐀𝐌𝐎𝐑 𝐐𝐔𝐄 𝐌𝐀𝐓𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora