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Título: Pedos mentales.

Descripción; Dónde las situaciones pasan de la manera más bizarra posible.

Nt: Quién sepa que paso hoy, 3 de Marzo se gana una paleTA.
Dejenme, andaba escuchando a Zoé xd.

Yucatán estaba enojada. Y Quintana Roo tenía que aguantar su enojo por obligación.

Campeche últimamente estaba demasiado feliz, tanto que hasta le daba miedo.

¿¡Desde cuando no le dejaba poner lo que quería en la tele!?

La yucateca había notado los cambios desde que empezó a socializar (forzosamente) con los demás estados porque su padre no quería que se la pasara llorando por un tal Rengoku.

Ella no le decía nada por haber llorado con Intensamente, por favor.

—Mírala, comprando manzanas acarameladas. — señaló con su dedo índice a chica que compraba frutas, con esa sonrisa que daba miedo.

—Pues si wey, pero es pal puto convivió que el pendejo de Guerrero nos obligó a ir.— contestó Quintana Roo, también viendo la escena.

Él no veía nada de malo en que Campeche fuera más expresiva de lo que ya era, ni que le cocinara el desayuno cada que iba a visitarla. Eran las cosas que alguna vez deseó, pero que Campeche jamás le cumplió.

—Shh.— le calló ella, al ver cómo la otra volteaba a ver hacía su dirección.

Pero como a Yucatán nada se le escapa se tiró encima del chico para que no hablara nada.

Campeche sólo ignoró eso.

—Pinche chamaco ni pa' eso me sirves. Debí haberte dado a las panteras ese día. — ambos se sentaron en el suelo de la calle, olvidando su misión.

Ya después harían un muñeco budú de la chica para sacarle la verdad.

—¿Espera que?— dijo.—Ahora quiero llorar. — Explicó señalando sus ojos, que ya estaban hinchados por retener el llanto.

Estaba en esa época donde no entendía ni diablos a su cuerpo.

—¿Qué? ¿Por que vas a llorar?— la yucateca sacó de su mochila unos lentes oscuros, y de pasó un pañuelo para secarle las lágrimas a su hermano menor.

—¡No sé!— el quintanarroense ya se había tirado de nuevo en el suelo, y se echaba a rodar colina abajo.

—¡Esperate pendejo te vas a matar!— Yucatán olvido por completo su misión, y corrió lo más rápido que pudo para intentar a detener al chico.

Si seguía así, el iba a caer en un río que había en el pueblito donde estaban.

—No siento dolor...

—¿¡Cómo vergas vas a sentir dolor si estoy yo de escudo!?— Gritó Yucatán abrazando al chico, recibiendo la mayor parte del impacto.

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