Capítulo 4

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Horas más tarde.

— Oye idiota... — le dije mientras me recargaba en un árbol, cansada— ¿Estás seguro de que sabes dónde me estás llevando? Llevamos bastante tiempo caminando y no veo por ninguna parte ese disque río del que tanto hablas.

Le señalé sin rodeos, dejando ver mi evidente molestia. El sol estaba a punto de caer, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras, pero eso no hacía que mi situación fuera menos alarmante. Habíamos caminado por más de dos horas seguidas, y mi cuerpo ya no daba más.
Estaba exhausta, con los músculos adoloridos, tampoco teníamos  una misera gota de agua para beber los dos.

— Ayy... ¿Cómo jodes, mujer? — respondió él, con un tono de frustración que solo aumentó mi enojo— Te puedes largar si quieres, no es tu obligación seguirme a todos lados.

Sus palabras resonaron en mi cabeza como un eco. ¿Acaso no entendía que había elegido acompañarlo porque confiaba en él?
La idea de darme la vuelta y regresar sola a ese maldito psiquiatrico no era una alternativa, pero el orgullo me decía que yo era un estorbo para el y que no me quiera aquí.

Además, si me iba a dónde iría a parar si a los ojos de la justicia era solo una loca que estaba prófuga
¿Asimismo quien sabía qué peligros acechaban en el camino de regreso a ese maldito infierno?

—Idiota... ¿Y ahora me dices eso? Después de todo lo que hemos vivido juntos... De verdad que eres un imbécil — le dije, intentando armarme de paciencia para no ir hacia él y pegarle un buen puñetazo por majadero.

—  Eres tan amargado y despreciable, solo te hice una maldita pregunta — murmuré, frunciendo el ceño.
Su seriedad y su petulancia me sacaban de quicio. Era como si cada palabra que salía de su boca estuviera diseñada para irritarme aún más.

La atmósfera entre nosotros se cargaba de tensión. Cada paso que dábamos en el sendero parecía amplificar la frustración que crecía en mi interior.
¿Por qué tenía que ser tan insensible? ¿Por qué no podía simplemente responder a mis preguntas sin esa actitud arrogante?

— ¿Y tú no te miras a ti misma? — respondió él, con una sonrisa despectiva que me hizo hervir la sangre—. Eres extremadamente antipática y parlanchina, una mocosa muy estresante. No sé ni cómo diablos tenías marido.

Su comentario me golpeó como una patada en el culo. La rabia brotó en mí, y me costó contenerme. ¿Cómo se atrevía a juzgarme de esa manera si ni siquiera me conocía?
Intenté respirar hondo, pero la indignación me nublaba la mente. En lugar de dejar que su desprecio me afectara, decidí que no iba a permitir que un idiota como él me hiciera sentir menos y lo ataque.

—Aaaaaa, pero bien que te gusta mirarme todo el tiempo trasero, ¿no? —respondí, articulando una sonrisa maliciosa. Sabía que había captado su atención, y no podía evitar disfrutarlo.

—Los ojos son para mirar —replicó él, encogiéndose de hombros con un aire de despreocupación—. Y tú eres la que está intentando provocarme desde hace un buen rato con ese caminar tuyo. No te quejes, mujer, si te miro ahora. Soy hombre, no puedo evitar perderme en algo tan hermoso como tu trasero.

Su voz tenía un tono juguetón, pero también había un destello de seriedad en sus ojos. La tensión en el aire se hizo palpable, como si cada palabra que intercambiábamos tejiera un hilo más fuerte entre nosotros.
—¿Te gusta provocarme, no es así? —continuó, con una sonrisa que desbordaba confianza—. Dime, ¿para quién mueves tanto esas caderas, mocosa?

La pregunta flotó en el aire, y aunque sabía que era un juego, no podía evitar sentir que había un trasfondo más profundo. La provocación era un arte, y en ese momento, ambos éramos artistas, creando una obra maestra de seducción y deseo.
Me detuve un instante, disfrutando de la intensidad de su mirada, y decidí jugar mi carta.

Dulce Venganza  (RIVAMIKA, ERWINMIKA, ARUMIKA, EREMIKA, REINERMIKA) Obra +🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora