Capítulo 25

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"Maldito arrogante", murmuré, sintiendo cómo me tenía completamente a su merced. Sus caricias ardientes y esa respiración agitada me estaban volviendo loca de deseo. Cada roce de sus dedos encendía un fuego en mi interior, y no podía evitarlo: lo amaba, lo amaba con una profundidad que me hacía temblar.

—Te gusta, ¿verdad? —susurró, mientras tiraba de mi cabello con una mezcla de deseo y desafío—. Es una lástima que no puedas decir nada. Sus embestidas eran como un fuego ardiente; cada movimiento hacía que mi cuerpo se meciera al ritmo de su pelvis, atrapado en una danza de placer y entrega. La intensidad de sus caricias encendía cada rincón de mi ser, dejándome sin aliento y ansiosa por más.

—Te extrañé —jadeé, dejando que mis palabras fluyeran con un deseo palpable—. Extrañé tu cuerpo, mocosa. La presión de su cuerpo me envolvía, sometiéndome a su voluntad con una fuerza que me hacía temblar. Cada latido de mi corazón resonaba en un ritmo frenético, mientras su cercanía encendía una chispa de anhelo que había estado latente. Su presencia era un imán, atrayéndome hacia él, y no podía resistirme a la vorágine de sensaciones que despertaba en mí.

—¿Dime qué siente tu vagina en estos momentos, Mikasa? —El desgraciado jugaba con mi mente; sus malditos juegos me excitaban más y más. No sabía cómo lo hacía, pero al igual que hace dos años, logró derrumbar esa muralla que nos separaba. La tensión en el aire era palpable, cada palabra suya encendía una chispa de deseo que recorría mi cuerpo. Su voz, un susurro seductor, me hacía perder el control, dejándome vulnerable ante su poder. La mezcla de placer y desafío me envolvía, llevándome a un abismo de sensaciones que no podía ignorar.

—No debiste desafiarme; quería que nuestro reencuentro fuese más romántico, pero al parecer eres una jodida masoquista —gruñó en mi oído, su aliento caliente enviando escalofríos por mi piel. Una gota de sudor resbaló por mi espalda desnuda, intensificando la sensación de vulnerabilidad y deseo. Nuevamente, mi vagina comenzó a reclamar su trozo, un anhelo voraz que no podía ignorar. Lo apreté con mis muslos internos, sintiendo cómo la tensión crecía entre nosotros, mientras mordía la maldita mordaza, atrapada entre el placer y el desafío que él representaba.

—¿Te vienes otra vez, eh, mocosa? —rió, su voz cargada de burla y deseo—. ¡No duras nada! Su pelvis continuó su movimiento rítmico, quebrándose con una intensidad que hacía vibrar cada fibra de mi ser. Cada embestida era un golpe de placer que estimulaba mis paredes internas, llevándome al borde de la locura. La mezcla de su risa y el roce de su cuerpo contra el mío encendía un fuego incontrolable, dejándome sin aliento y deseando más.

—Vamos, grita; quiero oír cómo te vienes —dijo, mientras bajaba la mordaza de mi boca, permitiendo que mis quejidos fluyeran libremente, inundando las paredes con el eco de mi placer. Cada sonido que escapaba de mis labios era un testimonio del éxtasis que me envolvía, un canto de entrega a la intensidad del momento. Su mirada ardiente me desnudaba por dentro, y su deseo se convertía en el combustible que encendía mi propio fuego.

—Recibe —repitió, tirando de mi cabello con firmeza y arqueando aún más mi espalda, obligándome a aceptar una penetración más profunda.

—Mocosa caliente —jadeó, mientras la intensidad de su embestida me partía en dos, llevándome una vez más al clímax. Mis fluidos empaparon su erecta polla, un testimonio del deseo que nos consumía. Despacio, lamió mi espalda, saboreando cada gota de sudor que caía de mi piel, haciendo que mis jadeos se alargaran y se volvieran aún más intensos. Cada caricia suya era un fuego que avivaba mi pasión, dejándome completamente a su merced.

—Esto aquí no termina —sonrió, sus ojos brillando con un deseo travieso—. Me jaló de las esposas y me llevó nuevamente hasta el espejo, donde nuestras miradas se encontraron reflejadas, llenas de lujuria.
—Te dije que jugaría con tus sentidos y eso es lo que haré —susurró, su voz un suave murmullo que me hacía estremecer. Me obligó a elevar el trasero, y él se posicionó detrás de mí, la anticipación electrificando el aire entre nosotros. Con un movimiento firme, volvió a clavarse en mi estrechez, llenándome de una mezcla de placer y desafío que me dejaba sin aliento.

—Préstame el coño, perra —jadeó, follándome con una intensidad que me hacía sentir como si fuera su juguete sexual, completamente a su disposición.

Me miré en el espejo; mis labios estaban entreabiertos, y sus ojos estaban fijos en el cristal, observando cada una de mis expresiones con una mezcla de deseo y dominio. La conexión entre nosotros era palpable, cada movimiento suyo provocando una oleada de placer que me dejaba sin aliento. La imagen reflejada era un testimonio de nuestra pasión desenfrenada, un juego de poder que encendía aún más el fuego entre nosotros.

—Abre más la boca —exigió, su voz resonando con un tono autoritario—. Enséñame tu lengua.
La abrí, dejando escapar más y más gemidos de mi garganta, cada uno un reflejo del placer que me consumía.
—Con esa lengua traviesa es con la que me chuparás la polla, esclava —dijo, mientras jalaba mis cadenas con fuerza. Con su mano libre, me dio otra palmada que ardió como un demonio, dejando mi culo rojo y palpitante. La mezcla de dolor y placer era electrizante, y cada golpe solo avivaba el fuego de mi deseo por él.

—Esto es para que nunca más te acuestes con otro sin mi consentimiento; solo yo puedo ofrecerte a otro hombre —declaró, su voz firme y autoritaria, como si cada palabra fuera un sello en mi destino.

—Mi coño ardía, pero ignoré sus palabras; era un maldito petulante. ¿Cómo osaba prohibirme algo si yo no era de la propiedad de nadie? La rebelión burbujeaba en mi interior, desafiando su control mientras el deseo me consumía. Su dominio podía ser intenso, pero mi espíritu seguía siendo indomable, y esa chispa de desafío solo avivaba el fuego entre nosotros.

—Cállate, estúpido; ve a prohibirle huevadas a tus otras amantes —grité, desafiándolo con toda la fuerza que podía reunir—. Yo sé con quién me acuesto y con quién no; yo no tengo dueño. A pesar de estar en desventaja, no iba a ceder ante su autoridad.

—Así que seguirás de rebelde, mocosa —respondió, deteniendo su penetración de repente. Con un movimiento decidido, se metió la mano en su saco—. ¿Ves esto? ¿Estás segura de que quieres llevarme la contraria? —Me mostró la llave de las esposas, un símbolo de su control y poder. La tensión entre nosotros era palpable, una batalla de voluntades que solo intensificaba el deseo que ardía en el aire.

—Pórtate bien o tendré que castigarte mucho más duro —advirtió, mientras su dedo se posaba en mi ano desnudo, comenzando a recorrerlo en círculos, desatando una mezcla de temor y excitación en mi interior.

—No te atrevas, maldito —protesté, sintiendo cómo la necesidad de escapar se encendía en mí. Pero antes de que pudiera hacer algo, él tiró de mi cabello con firmeza, manteniéndome en su lugar.

—No me desafíes —dijo con un tono amenazante—. Tu trasero también será mío si sigues así. Recuerda que es la única parte que no he tocado, y estoy seguro de que nadie más lo ha hecho. La presión de su dedo era perturbadora, desafiando mis límites.

—No te atrevas —intenté ocultar mis nervios; sabía que esta sería una experiencia completamente nueva para mí.

—Entonces coopera, mocosa; no me tientes. A las rebeldes les va muy mal —añadió, apretando mi trasero antes de volver a hundirse en mi húmeda vagina, arrancándome un gemido que no pude contener.

Dulce Venganza  (RIVAMIKA, ERWINMIKA, ARUMIKA, EREMIKA, REINERMIKA) Obra +🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora