Capítulo 28

935 68 81
                                    

La mansión estaba sumida en un silencio inquietante, interrumpido solo por el sonido distante de la lluvia golpeando los cristales. Mikasa había liberado a Armin del armario donde Levi lo había mantenido atado, pero el aire entre ellos estaba cargado de una tensión palpable. Pieck había salido a buscar ayuda, dejándolos a solas.

Armin entró en la habitación con pasos decididos, su rostro reflejando una mezcla de ira y celos.

—Mikasa, no soy estúpido... —su voz era baja, pero firme—. Escuché lo que pasó.

Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda; sabía que no podía ocultar la verdad.

—No es lo que piensas... —comenzó a decir, pero él la interrumpió.

—¡No me mientas! —exclamó, su voz temblando de rabia—. Escuché tus malditos gemidos. ¿Te hicieron daño? Bah, pamplinas. Estabas teniendo sexo con otro, ¿no es así?

Mikasa sintió cómo su corazón se hundía. La verdad era un cuchillo afilado que le atravesaba el pecho.

Armin dio un paso hacia ella, su mirada ardía con celos.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no lo niegas? El hombre que amas era ese maldito que me ató, ¿verdad? —su voz se tornó peligrosa—. ¿Por qué me hiciste esto? ¿Acaso no sabes lo que siento como hombre?

Ella dio un paso atrás, sintiéndose atrapada entre su deseo de no herirlo y la necesidad de ser honesta.

—Entiendo tu molestia, pero yo también estoy herida. Las cosas no sucedieron como tú lo imaginas; aunque no lo creas, nada salió a mi favor. Tampoco tenía idea de que ese maldito te había amordazado en ese armario. Si me callé fue porque no quería que te lastimaran por mi culpa... —respondió ella, tratando de justificar su decisión.

Armin se acercó aún más, acorralándola contra la pared.

—¿Y qué hay de mí? —dijo con voz baja y temblorosa—. Me muero de celos al pensar que otro hombre te tocó... Que otro hombre te hizo sentir el placer que yo nunca podría mientras estaba encerrado como un maldito prisionero.

Mikasa sintió un nudo en el estómago ante la intensidad de sus palabras. Armin se inclinó hacia ella; sus cuerpos tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de él.

—No sabes cuánto odio a ese maldito. Desearía haber sido yo quien te hiciera sentir así... —susurró él, su aliento cálido acariciando su piel—. No puedo soportar la idea de que alguien más haya estado contigo de esa manera. Que te hiciera gozar como él lo hizo.

La frustración y el deseo se mezclaban en el aire, creando una atmósfera casi insoportable. Mikasa sintió cómo sus defensas comenzaban a desmoronarse ante la intensidad de sus palabras.

Armin levantó una mano y tocó suavemente el brazo desnudo de Mikasa; su toque era posesivo pero también tierno.

—¿Recuerdas a Erwin? —dijo al oído de Mikasa, su voz un susurro lleno de emoción contenida—. Si olvidas a ese miserable y te entregas a mí nuevamente, te juro que lo traeré ante ti como regalo para que hagas lo que quieras con ese malnacido.

Mikasa sintió un escalofrío recorrer su cuerpo ante la cercanía de Armin y las palabras que salían de sus labios. Sin embargo, sabía que debía ser firme.

—Armin... —dijo ella, intentando alejarse— es una propuesta muy tentadora, pero ni Porco, el mejor detective del país, pudo seguirle el rastro.

Pero él no estaba dispuesto a dejarlo pasar.

Armin tomó el rostro de Mikasa entre sus manos, obligándola a mirarlo a los ojos con una intensidad casi desesperada.

—Ese Porco es un simple pelele sin influencias —dijo con sarcasmo—. En cambio, yo tengo dinero y prestigio; sé que si me lo propongo podría dar con su maldito escondite.

Mikasa sintió cómo sus uñas se clavaban en su rostro sometiéndola aún más.

—¡Cállate! No te creo ni una maldita palabra; además, no soy tuya ni nunca lo seré. No tienes lo necesario para complacer a una mujer como yo en la cama —gritó, pero Armin no se movió ni un centímetro; apretó su agarre con más fuerza.

La rabia y el deseo se entrelazaban en el aire mientras Armin continuaba acercándose a ella, tocando su cuerpo con posesión.

—Eres más hermosa que cualquier otra persona en este mundo... Estoy decidido a hacer oídos sordos a todo lo que me digas —susurró al oído de Mikasa—. Soy el único que puede protegerte realmente y el único digno de ti.

Mikasa sintió cómo crecía el conflicto interno dentro de ella; por un lado, quería ceder a esa conexión intensa entre ellos; por otro lado, sabía que debía mantenerse firme en su decisión de buscar venganza contra Erwin sin ceder ante sus malditos caprichos.

Finalmente reunió toda su fuerza y miró a Armin directamente a los ojos.

—No voy a someterme ante ti ni jugar contigo ni con tus ilusiones románticas. Tu devoción es admirable pero inútil; estoy atrapada en un mundo lleno de caos y dolor y no puedo arrastrarte conmigo a esa oscuridad. No te amo ni me gustas; jamás estaré contigo. Debes olvidarme y olvidar ese encuentro porque para mí no significa nada. Eres más infantil de lo que podría soportar para tenerte a mi lado; mi respuesta siempre será la misma.

La expresión de Armin se hundió; podía ver cómo sus esperanzas se desmoronaban ante sus palabras como castillos de arena arrastrados por las olas.

Con esas palabras cortantes, Mikasa se dio media vuelta para abrir la puerta y indicarle que se fuera. Pero Armin rápidamente bloqueó su camino nuevamente.

—No puedes expulsarme como si fuera un miserable perro... No puedes rechazar mi generosa oferta —su voz era firme mientras trataba de mantenerla frente a él.

La lluvia seguía cayendo afuera; cada gota resonaba con el dolor interno que ambos sentían mientras luchaban contra sus propios sentimientos conflictivos en ese pequeño espacio cargado de tensión.

Dulce Venganza  (RIVAMIKA, ERWINMIKA, ARUMIKA, EREMIKA, REINERMIKA) Obra +🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora