XVI

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La habitación tenía un desgaste considerable, pero a pesar de no haber sido utilizada en algo de tiempo, parecía bastante bien mantenida, la única desventaja siendo la no muy espesa capa de polvo.

La luz daba a sus ojos a través de una pequeña ventana en una esquina, haciendo que el piano que había en el centro de la habitación se irguiera majestuosamente a pesar de no haber sido utilizado en décadas.

Los dos pasaron a la habitación, cerrando la puerta tras de sí, como si el tiempo se hubiera parado.

— Este era el piano de mi madre, pero, esperaba que usted pudiera hacerlo sonar por vez primera en una década.— Reveló el príncipe.— Por favor, sólo una pieza.—

Al escuchar la súplica del heredero, Hongjoong pasó un dedo por una de las blancas teclas de marfil, encontrándose sorpresivamente sólo una fina capa de polvo sobre esta a pesar del estado de las demás cosas. Presionó dicha tecla, arrugando la nariz ante el ligero sonido desafinado. Hizo unos pequeños arreglos en las tensiones de las cuerdas y luego se sentó en la banqueta.

En el momento en el que su respiración se relajó y sus oxidados dedos empezaron a tocar las primeras notas, fue como encender algo que dentro de sí mismo creía muerto, apagado. Dicha melodía había revivido no solo sus memorias, si no, su amor por aquel instrumento por igual.

Seonghwa admirado, no fue capaz de desviar su atención siquiera un segundo, sus aguados ojos por las lágrimas que tensaban la cuerda que era su corazón amenazaban con salir, puesto que aquella delicada canción resonaba en sus adentros.

Suspiró; todo temblándole, hasta que sus lágrimas escaparon de su control como balas perdidas, su rostro colorado como el ambiente bochornosos de verano y sus sentimientos reprimidos expresándose en su expresión. El pelirrojo tenía ese extraño efecto en él, de liberar cuanto había guardado a lo largo del tiempo.

Sintonizó con aquella melodía hasta tal punto que sentía vértigo incluso, como si estuviera rememorando recuerdos que no poseía.

No se había atrevido jamás a desenterrar aquello que estaba sepultado, pero sentía que no era su decisión. No se percató de que la sonata dió su esmorecido y decadente final.

Escondió su mirada, ocultándola entre sus oscuras hebras, pasó por alto la inocente mano del pelirrojo, que trataba de apartar dichas lágrimas con su dedo pulgar, tratando de arrancar tiernamente aquella tristeza que persistía en el corazón de Seonghwa.

Este miró sus negros ojos, compasiva, íntima y silenciosamente, parando de repente toda aquella tormenta que había desatado poco antes; acallando toda aquella tensión sin siquiera poner una palabra de por medio. El heredero suspiró en las manos del otro, sollozando por última vez para luego volver a la calma.

— Ya pasó, shhh, ya pasó...— Susurró este, sin saber realmente qué más decir para consolarle.— Estás tan rojo como un txantxangorri¹.— Dijo, acunando el mentón del príncipe.

Luego lo abrazó, prácticamente cortándole la respiración de la sorpresa.

?

En su mente todo eran incógnitas, no sabía qué pensar, ni hacer.

Resolvió que lo mejor era corresponder, puesto que realmente lo necesitaba, estaba sediento de cariño y, por una vez, no le daba pena admitirlo.

— Ha tocado maravillosamente... Alcanzó mi corazón de una sola vez, puede estar orgulloso por ello. Casi pareciera que el tiempo no hubiera pasado por tus manos.— Admitió el de cabellos oscuros.

Hubo un silencio.

[...]

— Tal vez sea hora de que me vaya.— Murmuró el pelirrojo, algo confuso con sus propias sensaciones.

— Está bien, no quiero demorarle más con sus quehaceres, puesto que el día es corto para gente trabajadora como usted. Váyase ahora, antes de que se le haga tarde.— Contestó rápidamente.

Hongjoong llevó sus cosas al hombro y salió por el portón, esta vez mirando atrás por la confusión que tenía.

¿Por qué lo hice?, ¿Por qué no me apartó?

¿Qué sentí?

Al no ser capaz de darle una respuesta a todas aquellas preguntas, decidió regresar para reposar la información.

No fue hasta que abrió la puerta que encontró a Wooyoung cocinando para los dos.

— Ha llegado una carta para tí, está encima de la mesa.— Avisó este.

Hongjoong dejó su bolsa en donde la solía dejar, para luego dirigirse hasta la mesa de té en donde reposaba dicha carta.

Sus ojos encontraron el remitente, pero no reconoció la firma, puesto que nunca la había visto.

En cuanto vió que el papel por encabezado llevaba un poema, supo de quién se trataba.

A medida que iba leyendo, sus adentros se llenaban de esperanza, los escritos pertenecientes al príncipe siendo esperanzadores, pero no se sintió realmente satisfecho ante sus palabras.

Sentía una especie de inquietud removerle el pecho, y no podía dejar de darle vueltas a la propuesta.

De repente, todo cayó sobre él.

— ¡Ya está lista la comida!— Gritó Wooyoung desde la cocina, sirviéndola en dos platos.

Salvado por la campana.

Realmente pensaría en ello entrada la noche, puesto que acostumbraba a reflexionar sobre esas horas.

Cuando ya no pudo más, se desplomó sobre la cama, buscando ese ansiado descanso que necesitaba para estar operativo al día siguiente.







El modista (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora