XXXII

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Según sus ojos se abrieron, se levantó de la cama. Su semblante reflejaba emociones mixtas, igual que la mirada en sus ojos.

Realmente no podía explicarlo.

Se sentó en su escritorio, sacando una hoja en blanco, dando un suspiro y echando su cabeza hacia atrás, en busca de las palabras correctas con las que rellenar el papel.

Al ocurrírsele algo, comenzó a mover la pluma rápidamente, de manera centrada y obsesiva. Quien lo viera diría que parecía escribir un buen libro.

Al terminar, puso aquella nota entre sus almohadas, donde sabía que Yunho la encontraría; pidiendo su silencio.

Con un suspiro, se levantó de su silla, directo al jardín.

Sus ojos miraron a la nada hasta que los minutos se convirtieron en horas. Su reflejo lo saludaba desde el estanque y él sólo era un espectador pendiente de las líneas que el agua dibujaba sobre él al posarse una libélula.

No tocó siquiera un plato de comida.

Ensimismado como el monarca nunca lo  había visto, se dirigió a este, perturbando su tranquilidad como una piedra siendo lanzada al agua.

— Hijo, te noto algo ido hoy. No has desayunado, no has comido y los sirvientes parecen preocupados por tu comportamiento. ¿Hay algo que haya pasado por alto?— Comenzó, sentándose a su lado.

Al ver que Seonghwa no estaba dispuesto a responderle, simplemente miró donde él miraba, tratando de comprender qué se pasaría por su cabeza.

— ...¿Es por tu casamiento con Lady Emma?— Trató de sondear, viendo cómo Seonghwa sólo lo miraba de reojo al tocar ese punto.

— Como si importara lo que yo dijera al respecto a estas alturas, majestad.— Murmuró Seonghwa, profundamente dolido.

— Entonces, ¿cuál parece ser el problema?— Dijo el mayor, exasperado.

— Es que… Si te dijera que no quiero casarme con Emma, ¿cancelarías acaso la ceremonia?— Preguntó el príncipe.

El rey Park lo miraba en silencio, dejando que sus palabras se asentaran en su cabeza.

— Es muy tarde, hijo, todos se prepararon desde el día del baile para ello.— Suspiró este, poniendo una mano en su hombro incómodamente.— No podría cancelarlo pero aún casado, puedo buscar otras doncellas para ti.

— Asqueroso.— Pensó el príncipe.

Seonghwa negó.

— No, gracias.—

Quiso librarse de la mano en su hombro, pero al mirar a los ojos de su padre, supo que no podía escondérselo.

No más.

La muralla invisible entre ellos se desplomó de una mirada y Seonghwa agachó la cabeza.

— Si tengo que decirte algo… ¿Podrías escucharme?— Preguntó el heredero.

Vió el asentimiento del mayor, que lo escuchaba en silencio.

Una pequeña sonrisa cruzó el rostro del príncipe al tener finalmente la atención de su padre posada en él; pero tan pronto llegó como se fue, volviendo la vista al estanque de agua frente a él.

Miraba el agua para que esta le brindara apoyo en su confesión, reflejándose en ella para poder tener valor. Tragó saliva.

— Entonces, si te dijera que lo que más me gustaría es ir más allá de esos muros de piedra, ¿me escucharías?— Declaró Seonghwa, viendo como la mirada de su padre también se perdía en algún rincón de su conciencia.

Al ver que no respondía, tomó eso como una señal para avanzar.

— Si yo te dijera… Que me he enamorado y no de una mujer, ¿me escucharías, padre?— Le preguntó una última vez, mirándolo a los ojos.

Al ver como su expresión cambiaba drásticamente en cuestión de segundos, Seonghwa quiso reflejarse en los ojos de su padre para llegar a ver en su corazón.

— Eso… ¡Eso es imposible!— Murmuró, horrorizado.

Ambos se quedaron inmóviles por un instante, a medida que una ligera brisa ajena a la conversación que mantuvieron aclaraba la mente del príncipe, serenándola.

— Entonces no lo haré, papá. Simplemente ignora lo que dije y no te molestes en avisar para la cena, permaneceré observando este estanque hasta que el sol se ponga.— Dijo, volviendo a su mutismo.

Ni siquiera cuando su conmocionado padre se levantó del sitio logró reunir el coraje para mirarlo.

No se atrevía a decirle adiós.

Notó que en pocos instantes sus ojos ya estaban inundados, para luego romper a llorar silenciosamente como nunca pudo hacerlo.

Mantuvo su palabra, tozudo y resiliente, hasta que cuando la noche cayó sobre él sentía sus lacrimales secos y una profunda sensación de felicidad.

Fue a buscar sus cosas silenciosamente, para luego preparar su caballo sigilosamente, puesto que la luz de la luna le indicó el momento en que debía hacerlo.

Puso dos alforjas a sus lados para luego guiarlo fuera de los establos con una rienda.
Al salir sabía que Hongjoong estaría esperándolo.

Dió una mirada hacia atrás.

¿Realmente quería hacerlo? Sabía que si se lo decía, Hongjoong lo entendería.

Seonghwa pasó la lengua por sus labios, mirando de reojo la puerta. Sabía que era su única oportunidad, estaba seguro.

También sabía que si volvía, estaría condenado a vivir una vida que no quiso, de la que se arrepentiría.

Como si la última palabra en una discusión entre su corazón y cabeza fuera, pensó en su enamorado, Hongjoong.

Entonces abrió la puerta.

Se encontró directamente con los oscuros ojos del otro, quién aguardaba por él apoyado en la gruesa pared.

El cabello pelirrojo lo saludaba también debajo de su capucha.

— Por un momento pensé que no vendrías.— Dijo este, mirándolo fijamente desde su sitio, invitándolo a acercarse.

— Sabes que no podría hacerte eso.— Susurró el príncipe, dando un beso casto en los labios del otro.

Hongjoong sonrió, satisfecho, para luego tomar el manto del otro y devolvérselo con coquetismo.

— Vamos, no hay tiempo que perder.— Susurró Kim, para luego ayudar al príncipe a montar su caballo.

Hongjoong los guió fuera de la ciudad, del reino, como si lo tuviera todo bajo control a medida que la noche contaba los segundos para dejar al día tomar su lugar.

Sus figuras desaparecieron entre la oscuridad.

El modista (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora