XXVII

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Al crepúsculo, la música tranquila de la orquesta se podía oír incluso en el camino de la entrada a palacio.

Los carros tirados por caballos se oían galopar a la entrada amontonándose en el camino; las escaleras siendo el único límite que los detenía.

Contaban grosso modo cincuenta personas.

Y aún faltaban por llegar.

Seonghwa los miraba desde su ventana, agarrando la cortina firmemente, cubriéndose a medida que el sol de la tarde bostezaba para acostarse y dar paso a la noche.

Yunho se ofreció a vestirlo, ya que en esta ocasión debía estar impecable.

Una vez sus cabellos estuvieron alineados en su sitio y los característicos gemelos uniendo los puños de la camisa. Era momento de bajar las escaleras.

Nunca estuvo tan aterrado de dar un paso en falso.

Escalón por escalón, el príncipe miró los rostros de todas aquellas personas que lo observaban.

Que aplaudieron cuando llegó al final de la escalera y contemplaban con adoración su persona.

Pero todavía faltaba el rostro que más quería ver en ese momento.

[...]

Yunho se encontraba guardando las puertas, desesperanzado al no haber visto en ningún momento a Kim. Y aún así, la negrura del momento estaba en su contra.

De pronto, sus oídos captaron algo; un carro de caballos se aproximaba.

A estas alturas sólo podía tratarse de una persona.

[...]

Finalmente haciendo acto de presencia, un -muy arreglado- Kim Hongjoong entró al salón por la puerta de atrás sin llamar la atención, cortesía de Jeong.

Se adentró en la marabunta de gente, acabando en el fondo sur de la habitación sin que nadie notara su presencia.

Seonghwa, por el contrario, estaba siendo introducido a un grupo de Bellas damas por su padre.

El príncipe no deseaba conocer a ninguna de ellas.

Ni siquiera al resto de desconocidos que danzaban delante de sus narices.

Ese ambiente extravagante compuesto por un centenar de personas le resultaba asfixiante.

Por muy arregladas que estuvieran sus candidatas -como si él fuera algún trofeo que ganar y ellas simples concursantes-, por muy hermosas y ricas que fueran, simplemente no deseaba a ninguna de ellas.

Aborrecía sus perfumes de aromas artificiales, pegajosos como dulces, flotando en el ambiente.

Sus lobunas miradas hacia él eran atroces, era observado como si fuera alguna especie de variedad exótica, sentía que si acontecía pasar a su lado, ellas no desaprovecharían la oportunidad de bailar el primer vals.

En su lugar, dirigió sus ojos hacia la multitud restante encontrándose sorprendentemente con el cabello pelirrojo al que estaba acostumbrado a mirar.

Hongjoong estaba allí, delante de él.

Se detuvo a mirarlo con más detenimiento, viendo que rondaba la zona donde se exponían las pastas para luego llevarse una a la boca.

Seonghwa sonrió al ver la cara de susto que se le quedó cuando este se percató de la mirada del príncipe sobre él.

Se excusó un instante.

Pero antes de que siquiera pudiera dar un paso en aquella dirección, el primer vals, temido por Seonghwa, fue anunciado. La tenue música del comienzo llegó a sus oídos apenas con un pianissimo, para luego ir en crescendo.

El modista (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora