XXIII

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Hongjoong preparaba su maletín una vez más, esta vez metiendo una carta que había llegado esa misma mañana y por tanto no había tenido tiempo a leer. La apartó a uno de los lados, donde sabía que no se aplastaría.

Reparó en el pequeño libro que se había llevado de la habitación del príncipe, sonriendo para sí mismo.

— ¿Por qué no estás con tu armada frente a mi puerta en este mismo instante, príncipe?— Le preguntó al libro como si representara una parte de su dueño. Si la gente lo viera hablando con libros, tacharían al pelirrojo de demente.

Decidió llevar también aquel libro consigo, mezclado con el resto de sus pertenencias, para luego salir por la puerta a paso ligero y una canción en los labios.

[...]

Como era costumbre, el príncipe fue a recibirlo al vestíbulo de palacio, siempre puntual.

Pero ese día, a diferencia de otras mañanas, el heredero parecía exhausto.

Hongjoong decidió no preguntarle directamente hasta llegar a su sala de trabajo. No quería preocupar demasiado al otro por su aspecto.

De todas maneras, el sonido de sus zapatos resonando en armonía sobre las losas se había convertido en su sonido favorito.

En el momento en el que escuchó el ligero sonido que producía el cierre de la puerta, se dirigió al príncipe.

— Parece usted cansado, ¿Hay algo que le quite el sueño?— Preguntó el pelirrojo.— ¿O alguien?— Añadió con una sonrisa burlona, y un insinuante movimiento de cejas.

El heredero ignoró la segunda pregunta.

— Se podría decir.—

Hongjoong se interesó por la escueta respuesta del otro, pero estaba seguro de que si no añadía nada más, el otro probablemente compartiera más detalles.

— Tengo un instructor algo... estricto; es todo.— ¡Eureka!

— ¿Un instructor?, ¿Qué enseña?— Preguntó el pelirrojo, realmente interesado en el tema.

— Baile. Al parecer el vals hace que mi cuerpo se mueva como un cangrejo carente de equilibrio de ciento ochenta centímetros de estatura.— Dijo el príncipe, sentándose desganado en uno de los sillones.— ¿Por qué me mira así?, ¿Acaso está interesado en el tema?— Ahora era el turno de Seonghwa de burlarse.

— Quiero decir, nunca he intentado moverme al compás de un vals...— Respondió el pelirrojo, evasivo.

— ¿Y no le gustaría aprender?— Sugirió Seonghwa, encontrando la abochornada mirada perdida del pelirrojo con una sonrisa.

— Eh... Quizás cuando termine lo programado para hoy.— Dijo después de aclararse la garganta.

Al abrir el maletín con intención de comenzar con la actividad de ese día, un objeto cayó de este.

Era el pequeño libro rojo de Seonghwa.

Trató de esconderlo, volviendo a meterlo de donde había caído, pero el príncipe era muy ágil y para el pelirrojo fue muy tarde.

De hecho, para impedir aquello mismo, puso dicho objeto en un lugar que el pequeño modista no podía alcanzar. Es decir, con el brazo en dirección al cielo y el cuaderno de tapas carmín en la mano.

— ¿Quiere que se lo devuelva?— Preguntó Seonghwa.

— Sería un buen movimiento por su parte si no quiere que le baje a sus rodillas de otra manera.— Admitió el otro, con un punto entre hastiado y algo humillado.

— ¿Por qué debería molestarme en hacer un trato contigo por tu propio libro?—

— Porque sé que desea leerlo. No sé si es por curiosidad o porque... Tal vez haya algo más entre tú y yo a lo que no quiero dar nombre.— La distancia que acortaba el heredero era proporcional a cuanto más decía, resultando en un atrevido acercamiento donde el pelirrojo pudo ver perfectamente el curioso brillo en los cansados ojos del príncipe, como si esa interacción entre ellos le hubiera quitado todo el sueño.

Inspiró hondo.

— Sólo un baile.—

[...]

Hongjoong terminó de bordar sumido en sus pensamientos, trabajando tan mecánicamente que hasta había avanzado un poco lo de la sesión siguiente. Sus ojos se toparon con el libro de nuevo en su bolsa, para luego mirar de reojo a Seonghwa, quien se hallaba tranquilo como una brisa de verano.

Recogió todo lo empleado y cerró dicho maletín con un sonoro "click". Para luego encogerse de nuevo en su sitio.

Todo sucedió a cámara lenta.

— ¿Me concede esta pieza?— Preguntó el joven Park, cautivador como sólo él sabía serlo.

— No hay música.—

— Entonces inventaremos una melodía propia.—

Hongjoong tomó la mano que era extendida hacia él.

— ¿Sólo para nosotros?— Preguntó el pelirrojo.

El heredero asintió.

— Exclusivamente.— Afirmó.— Sólo nuestra.—

El príncipe lo llevó al centro de aquella sala, como si se tratara del gran salón de baile que se utilizaría en el futuro 3 de abril, y, cuando su mano trató de encontrar la cintura de Hongjoong, el pelirrojo fue más rápido y la colocó en sus hombros, poniendo la suya en el cuerpo contrario, encontrándose con esos 65 centímetros entre sus dedos.

— Prefiero que bailemos a mi ritmo, intenta no pisar mis pies, señor Park.— Presumió el más bajo, guiñando su ojo.

Afirmó el agarre en el momento que comenzó a tararear una melodía antigua que oyó cuando era apenas un párvulo en las fiestas locales de donde venía, empezando a moverse al compás de tres pulsos libremente.

Seonghwa encontraba atractiva la manera en la que Hongjoong tiraba de él, como si tuviera experiencia en ello, como si ese no hubiera sido su primer baile, guiándolo con primor, como todo lo que hacía el mismo Kim.

En una determinada nota aguda que marcaba el final de la primera parte de la pieza, el pelirrojo lo elevó sin demostrar ningún tipo de esfuerzo, sorprendiendo gratamente al príncipe y terminando la canción en la pose cliché que cualquier vals ofrecía, dejándolos a la misma altura.

La canción terminó en un suspiro, dejando a ambos expectantes entre respiraciones agitadas.

Hongjoong se acercó lentamente, Seonghwa no retrocedió. En su lugar, cerró los ojos lentamente hasta sentir la respiración del otro cerca, muy cerca.

El príncipe sintió los fuertes latidos de su corazón en su cabeza, como si interiorizara aquel irregular sonido a sí mismo.

Pero no sintió ningún otro movimiento por parte del pelirrojo, como si estuviera meditando qué hacer.

Seonghwa separó sus labios instantáneamente al sentir un leve roce en su mejilla.

— Estás rojo, príncipe.— Prácticamente ronroneó, susurrando a su oído, exhalando un suspiro caliente para luego dar paso al frío aire destemplado que causó la separación de sus dos cuerpos.

Posando sus dedos en dicha mejilla, el heredero comprobó que lo dicho era cierto, sintiendo aquella zona caliente, su cuerpo temblando, y un extraño escalofrío recorriéndole; incapaz de dar una respuesta coherente.

De todas formas fue inevitable la despedida del coqueto pelirrojo que poco después lo saludaba desde abajo, donde sabía que el otro podía verlo, para después salir por el portón principal, escapando de su vista.

El modista (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora