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— ¿Está listo?— Preguntó el de cabellos oscuros al ver cómo el otro dudaba ligeramente.— No sea tímido conmigo.—

— ¿Quién dice que esté siendo tímido? Sólo soy respetuoso.— Respondió el pelirrojo.

— Entonces... ¿A qué está esperando?— Soltó.— De el último empujón.—

El príncipe se acercó al pequeño modista por su retaguardia, posando sus manos en los suaves antebrazos descubiertos que este poseía para luego alcanzar las contrarias que se aferraban al pomo de las puertas de su propia habitación en forma de una sutil caricia.

Fingió no sentir el temblor que causó al otro, en su lugar, sólo dejó que ese instante siguiera el curso natural de cómo debía ser. Que Hongjoong abriera sus puertas por su propia cuenta.

Se revolvió de su sitio en expectación, la cual se cumplió poco después, el joven Kim tomando las dos manijas a la vez y abriendo esa puerta doble al compás.

Aquellas puertas blancas, guardianas de la desconocida intimidad del príncipe. Si Hongjoong era sincero, en realidad sentía una irracional curiosidad por ese espacio que se abría paso frente sus ojos con los olores calmantes del incienso.

No le quedó más remedio que abrir los ojos desconfiadamente pero ansioso a su vez, sin saber lo que encontraría dentro.

La descripción de los aposentos del príncipe era simple: Luminoso pero frío. Limpio e impersonal.

La decoración era sobria a pesar de estar compuesta por muebles de lujo. Mientras tanto, los papeles que reposaban sobre un escritorio a la izquierda de la cama y los libros encima de estos eran los objetos que más resaltaban en ella; ordenados por orden alfabético.

Caminó de un lado a otro, maravillado por cada mísero rincón que sus ojos divisaban. En adición, la brillante sonrisa que se podía apreciar en el príncipe en esos momentos era más que contagiosa, obligando de manera no verbal a imitar ese suave gesto.

Sintió sus mejillas sonrojarse cuando el otro captó su indirecta mirada en él, puesto que no había explicación lógica que el otro pudiera dar para justificarse; simplemente decidió apartar la mirada.

Terminó por encontrar un pequeño libro de roja encuadernación y dorados bordados en la portada.

Como si las brasas del fuego que su curiosidad era reavivaran, ese vivo color se volvió el centro de atención que su furtiva mirada perseguía mientras se acercaba a la mesilla de noche donde estaba, a su lado aún rozaban algunas telas pertenecientes a la ropa de cama del príncipe.

Con cuidado, lo tomó entre sus manos.

— ¿Qué es esto?, ¿Tu diario?— Preguntó con el libro entre sus dedos, tentado a abrirlo.

— Quisieras, Kim.— Se limitó a responder el de cabellos oscuros con un tono cantarín en su voz, como quien hubiera oído una idea disparatada.

Trató de arrastrar el libro consigo, arrebatándole de las manos de Hongjoong. Pero este no le concedió dicha victoria: en su lugar, alejó la meta del príncipe, tirando del objeto hasta quedar detrás de él.

Seonghwa sabía que no estaba fuera de su alcance así que forcejeó entre risas con el modista, compitiendo por su custodia. La cercanía los atrajo más que el objetivo en sí.

Cuando el príncipe logró tocar con las puntas de sus dedos el libro en la retaguardia del pelirrojo, estaban prácticamente a unos pocos centímetros de distancia, sus respectivas miradas perdidas en la contraria a medida que sus respiraciones agitadas se fundían para luego desvanecerse en el ambiente.

Seonghwa cerró lentamente los ojos, relajado como hoja al viento, rindiéndose a los deseos del otro que como una brisa acababa arrastrándolo de nuevo consigo. Definitivamente no sabía cómo Kim podía hacerlo, puesto que funcionaba completamente.

Estaba esperando por algo.

Hongjoong se acercó a su rostro, pero no hizo más que posar su frente en la contraria y acariciar la nariz del príncipe con la suya, en un gesto íntimo del que nadie debía enterarse.

Las largas pestañas del más bajo hacían cosquillas por donde su dueño guiaba su rostro, como si de un pincel en un lienzo se tratara.

¿De qué color lo estaría pintando en ese momento, puesto que sentía sus mejillas arder? ¿Rojo, quizás?

Se lo preguntaría más tarde, por ahora, Seonghwa se dejó hacer.

El pelirrojo elevó su mentón apenas unos centímetros, delineando el dorso de la nariz contraria.

El contacto suave como las blancas nubes que decoraban el dócil cielo de marzo obligó al príncipe a bajar la guardia sin resistencia alguna.

Aguardando por algo más.

Repentinamente, el pelirrojo arrebató el libro en cuestión de sus manos, y, sorprendido, observó -sin poder impedirlo- cómo este huía excusándose en la hora que marcaba su reloj de pared, como si escapara de la escena de un crimen que él mismo había cometido.

Hongjoong salió por la puerta cobardemente, dejando al de cabellos oscuros estupefacto.

Tardíamente, Seonghwa reaccionó, figurándose que realmente no importaba que el otro se llevara uno de sus libros, puesto que él mismo le había entregado uno de los suyos anteriormente.

Sin embargo, definitivamente consideraba un hurto la manera en la que Kim había robado por lo menos un latido a su corazón y se había llevado consigo las ilusiones que cargaba en él.

Miró hacía el enorme portón por el que el pelirrojo usualmente salía justo a tiempo para verlo una última vez ese día, encontrándose con su mirada divertida a la vez que se despedía brevemente de su mayordomo.

— Devuélvemelo. Es mío.— Murmuró a la vez que apoyaba una de sus manos en la ventana, deseando poder atravesarla y unirse al otro en el camino. Repentinamente, encontró a su mente y su corazón divididos, mientras que las palabras que intentó añadir se le antojaron vacías.— ¿Qué demonios te sucede, Seonghwa?— Atinó a preguntarse a sí mismo mientras cerraba las cortinas de dos en dos.

Se sentó en el suelo, la luz que provenía de la ventana bañando su espalda como si en olas de calidez hubiera caído. Apoyó una mano en su pecho inconscientemente, su expresión neutral.

El modista (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora